Título: El libro en el libro en el libro
Autor
e ilustrador: Jörg
Müller
Traductor:
Jordi Pujol i Manya
Editorial: Serres
Año: 2000
Páginas: 32
Encuadernación
y formato:
24 x 32 cm. Tapa dura.
Idioma: castellano
Reseña:
Semana entre arte, Magritte y metaficcionalidad que nos
aproximaba inevitablemente al suizo Jörg Müller (1942) con su reto en El
libro en el libro en el libro, un sensacional álbum que, por desgracia, no es
fácil su adquisición (como buena parte de su obra) exceptuando dos títulos
clásicos de la Literatura Infantil y Juvenil: su versión sin palabras de El
soldadito de plomo o las ilustraciones para el texto de Jörg Steiner en El
gran gris (una pena que no se editase en castellano Die neuen
Stadtmusikanten in Aufstand der Tiere (1989) - Los nuevos músicos
de la ciudad en Levantamiento de los animales-).
Libros que presentan una mirada crítica a la evolución de
las sociedades postindustriales y cuya temática exploró en los años setenta con
otros títulos como Alle Jahre
wieder saust der Preßlufthammer nieder I oder Die Veränderung der Landschaft (The changing countryside, 1973) o la
composición del cambio en las ocho láminas en Hier fällt ein Haus, dort
steht ein Kran und ewig droht der Baggerzahn oder Die Veränderung der Stadt
(The changing city, 1976), títulos que servirían de perfectos compañeros a La
casa de Innocenti o en el libro también sin texto Desde 1880 de Gottuso. Exceptuando
el libro de Innocenti, los demás optan por la supresión del texto con la
intención de reflejar un cambio y, en el caso de Müller (Premio Andersen en
1994), con una precisión documental para no crearse trampas efectistas como
reveló en el número 2 de la desaparecida revista de arte y literatura BLOC (lecturas que agradezco
a Ramón Llorens por su recomendación).
En este libro, todo cobra significado a partir de un juego de espejos en el que nos invita a perdernos dentro de un juego que se va armando por capas desde la portada del libro y con el punto de fuga de las guardas. Un regalo, un libro en la portada y en la primera página, ese libro y esa misma apertura rasgada del papel de regalo. Para comenzar con la ruptura, el relato está realizado en segunda persona y nos cuestiona sobre si a la persona a la que se dirige el texto es al protagonista del libro o a nosotros, que seguramente estamos realizando las mismas acciones con el libro. Eso se acrecienta con la combinación de puntos de vista de la narración en la que compartimos la visión frontal de la imagen y contemplamos el juego de espejos y, por otra parte, otras que nos trasladan a la extrañez de la protagonista que intenta descifrar qué está pasando con ese objeto en el que se refleja. El problema de ese juego de espejos es que hay un conejo detrás de la niña en el libro y ¿dónde estará ese conejo? Aclaración no es blanco, pero sientes como poco a poco suena en tu cabeza White rabbit de Jefferson Airplane y Carroll está mirando de soslayo.
Así, el misterio está compartido por ese texto con un narrador que dirige las acciones en el libro otorgando pequeñas pistas para que averigüe el misterio que esconde ese libro infinito y, aparece una lupa en la que la niña mira con detalle el elemento que le dé una pista sobre la naturaleza de ese artefacto. Juego de los detectives y surrealismo (recuerdo obvio a Blow-up de Antonioni y Blade Runner) que comparte con otro título como Flotante de David Wiesner. El libro incluye un cordel con unas gafas para ver en 3D (más lisérgico no puede ser) y, cuando la protagonista mira con ellas, de nuevo el foco nos interpela a nosotros con la ilustración entintada para verla con las gafas y buscar aquel detalle que no desciframos.
Y, bienvenida al otro lado, la protagonista rompe la dimensión del libro y se adentra en el pasillo infinito y la vemos alejarse hasta encontrarse con el dibujante de la obra (algo que también nos recuerda a Mal día en río seco de Chris Van Allsburg y Johanna en el tren de Kathrin Schärer). Además de los autores que han aparecido en el texto, las ilustraciones de Jörg Müller también podrían evocarnos títulos de Quint Buchholz, Roberto Innocenti o en las obras (más cercanas a Wiesner) con Bill Thomson o Jeannie Baker.
Una vez desvelado el misterio, conocemos quién es el
narrador del libro y, de nuevo una sorpresa, el ilustrador y el personaje
entablan una conversación sobre el proceso de creación del libro y cómo detener
ese proceso. Liberados, conocemos el mecanismo que representaban las guardas,
el grito inicial en la primera ilustración para que, finalmente, todo vuelva a
su lugar y el laberinto se reordene. Una lectura sin edad y un autor atemporal.
Fran
Martínez
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