Título: Manneken Pis: a simple story of a
boy who peed on a war
Autor e
ilustrador:
Vladimir Radunsky
Editorial: Simon & Schuster
Año: 2002
Tamaño: 22 x 28,5 cm. Tapa dura.
Reseña
Estos días se recuperan muchas lecturas para dialogar sobre
el conflicto y la guerra. Hay títulos para todos los gustos: desde la moralidad
vacía hasta el enfrentamiento con la realidad más crítica. No es mi propósito
redundar en estas selecciones de lecturas recomendadas, sino mostrar un título
con el que disfruto mucho en el aula. Hay varios elementos que me interesan a
priori: las alusiones artísticas y la censura moralista sobre la desnudez. Recordamos
que en títulos como La cocina de noche de Sendak ponían el grito en el
cielo por mostrar los genitales en la ilustración. Recordamos otras: las estrellas
amarillas, los bigotes fascistoides de los cocineros o el que metieran en un
horno al bueno de Miguel.
La narrativa de este álbum plasma una de las versiones sobre el Manneken Pis (también incorporaron en Bruselas a la versión femenina: Jeanneke Pis), la fuente de bronce de un niño orinando en Bruselas. Las ilustraciones de Radunsky optan por la explosión de color, el collage y el primitivismo en sus personajes como signo distintivo. Por desgracia, muchos de sus títulos no se han traducido al mercado español (lo último que se publicó fue en la editorial Takatuka para el texto de Jennifer Berne con Sobre un rayo de luz: una historia de Albert Einstein). Sus historias contienen un tono humorístico y con tendencia al sinsentido. Evidente con An Edward Lear alphabet (1999), pero su obra incluye también el interés por la exploración de la materialidad en primeros lectores, el juego con onomatopeyas para la construcción de la narrativa en Yucka Drucka Droni (1998) y especialmente con fragmentos de Woody Guthrie en una pequeña colección. Woody Guthire y Edward Lear. Con estos dos nombres podríamos sumar aquello que Kimberley Reynolds definía en 2007: politics of nonsense.
La narración de Radunsky busca la complicidad con el lector
desde la primera página, con su voz omnisciente y las fórmulas de la narración
oral para ubicar en un tiempo desconocido al lector, como buena leyenda que es este Manneken
Pis. “Hace mucho, mucho tiempo, había una pequeña y bella ciudad detrás de un
gran muro de piedra. Tenía esta apariencia”. Esta frase marca
perfectamente el tono de un álbum que funciona a la perfección para ser narrado
en voz alta (además de la rítmica aparición de onomatopeyas y las repeticiones
para enfatizar). También el juego con el tamaño de la tipografía para resaltar los
conceptos clave en ese universo. Todo cuenta en el soporte, ya lo saben.
En este caso, la historia que conoció Vladimir Radunsky en Bruselas acabó plasmada con la interrupción en el fulgor de la guerra de la meada de un crío (la ausencia de nombres propios es otro marcador habitual de la narrativa de tradición oral) desde lo alto de la azotea. De nuevo, acota en esa imagen para buscar el efecto humorístico: “Por favor, perdonadle. Era solo un niño pequeño”. Un bello rayo de orina que salpicando el suelo representa el amanecer y el efecto desternillante en los bandos enfrentados. Una historia divertida y que conecta con otro título posterior centrado en esta temática pacifista: What does peace feel like? (2004).
En ese título podrás conocer a qué huele la paz (a
flores en una sala de estar familiar), cómo se ve (como un gato y un perro
descansando en su canasta) o cómo suena (como el gruñido de un soldado oso
cuando le atraviesa una flecha amorosa de Cupido)… Con Manneken Pis, encontramos un ejemplo de lo que
Clementine Beauvais titulaba en 2015, The Mighty Child. En definitiva, la naturalidad
de la visión de la infancia para desmontar la estupidez del mundo adulto (ya
sea escondido o no).
Y, de regalo, les dejo con otra meada desde la azotea ilustrada
por Janosch.
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