lunes, 6 de junio de 2022

Entradas en azul. Gustavo Puerta Leisse y Elena Odriozola (il.). Sentimientos encontrados. Ediciones Modernas el Embudo

 


Título: Sentimientos encontrados

Autor: Gustavo Puerta Leisse

Ilustradora: Elena Odriozola

Editorial: Ediciones Modernas el Embudo

Colección: Me lo pienso

Año: 2019 (2ª ed. 2020)

Páginas: 42

Tamaño: 34 x 24,5 cm

Reseña


Los álbumes de Ediciones Modernas el Embudo han sido reseñados en diferentes entradas del blog como un ejemplo de propuestas que son plenamente conscientes de incrementar la experiencia lectora en la primera infancia. En esta ocasión, nos remontamos hasta su primera referencia con Sentimientos encontrados que fue galardonado con la Manzana de Oro en la Bienal de Bratislava e incluido en la lista de los White Ravens en su catálogo de 2020. Un álbum que experimenta con el diseño para crear una propuesta de filosofía para la infancia que cuida cada uno de los detalles. De entrada, cada elemento del álbum encuentra una función: desde la cubierta para mostrarnos el exterior de la casa y fragmentada en 16 viñetas. De entrada, la referencia a las aucas en esta división también conecta con referentes más propios del cómic que del álbum por el nivel de fragmentación y al mismo tiempo se presentan como una unidad narrativa en la página posteriormente. El diseño exquisito de las guardas y una contracubierta que da nombre a las diferentes personas y animales que habitan en ese espacio. Una familia, desde el retoño Alejandro, la preadolescente Clara hasta la abuela Martina. Un espacio intergeneracional en el que experimentaremos con una encuadernación en espiral para distinguir tres espacios. En la parte superior el juego se basa en el reflejo del paso del tiempo a partir de un espacio visual fijo que nos servirá para apreciar el cambio a través del paso de página. Ya conocemos La casa de Innocenti, La casita de Virginia Lee Burton, las ventanas en la pareja de álbumes de Jeannie Baker o las láminas de Jörg Müller, como algunos ejemplos de sensación dinámica desde la restricción del espacio como elemento inamovible. Un time-lapse, digamos. Algo que el personaje de Paul Auster, Auggie (encarnado por Harvey Keitel en Smoke) nos mostraba como una de sus prácticas diarias.



En la parte superior izquierda, el paso de tiempo es para un árbol (volvemos a otros referentes: Las estaciones de Iela Mari o Little tree de Katsumi Komagata) con el ciclo de la vida encarnado en el reflejo de las estaciones en sus ramas. En la parte superior izquierda, la casa con sus dieciséis ventanas (viñetas), en dieciséis ilustraciones que pueden funcionar como narrativa visual independiente). Esa parte superior es la que Elena Odriozola borda con su habitual exquisitez, empleando el blanco y negro, para recrear minuciosamente la vida en cada viñeta: la decoración, los cuadros, los estampados, las plantas, los muebles… Y, de nuevo, las ventanas dentro de las ventanas para ver el paso del tiempo sobre un árbol que podríamos pensar que se trata del que aparece en la parte izquierda. También variaciones entre si vemos el interior de la estancia o nos ubicamos en la escalera del edificio. Un despliegue por el que el simbolismo que emplea Odriozola pivota entre lo costumbrista y el surrealismo. Viñetas que mantienen en esos cuatro niveles diferentes relaciones: a veces se relacionan entre ellas y sus personajes, otras reflejan la soledad de estos. El despliegue visual de las ilustraciones permite que el lector deambule por las habitaciones y decida seguir a un determinado personaje para volver y conectar entre las diferentes páginas una cronología de acontecimientos. El lector como detective con divertidos misterios fantásticos (como la página de las máscaras). Una suerte de peeping tom (en honor al metraje clásico de Michael Powell) en el que tenemos diferentes niveles de mirilla en el que adentrarnos en diferentes momentos y horas: la mirilla y el paso de las horas están presentes en las primeras ilustraciones de una viñeta de la planta baja.



Para acompañar a las ilustraciones de Elena Odriozola y establecer un espacio interpretativo lo más amplio y ambiguo posible, los textos filosóficos sobre dieciséis sentimientos (y aquellos asociados a este en una suerte de familia de sinónimos como familia lo son los personajes): nostalgia, miedo, dolor, ansiedad, curiosidad, enfado, vergüenza o placer entre ellos. Un abanico de sentimientos que podemos conectar con algún personaje, asociarlo a alguna viñeta o al contrario. La encuadernación en espiral permite al lector diferentes espacios interpretativos: desde pensar en la congruencia con alguna viñeta o personaje, una relación complementaria más abierta a la interpretación poética o filosófica y en el lado extremos podemos pensar en ellos en oposición. La idea es traspasar la frontera de la lectura convencional para abrazar la libertad del lector individualmente. En definitiva, todos los elementos del álbum (secuencia, ilustración, texto y materialidad) propician la reconstrucción subjetiva de su significado para ubicarlo en un espacio inferencial en el que experimentar con las dos partes de manera completamente libre. Un espacio de diálogo abierto en todos sus niveles. Una auténtica maravilla.

De la misma manera, para acompañar a la lectura se proponen una serie de instrucciones que, lejos de restringirlo, continúa expandiéndolo desde la libertad de una propuesta que está hecha para la reflexión de todos esos sentimientos que encontramos (juego de palabras) y con los que establecemos un diálogo. Finalmente, la inspiración de esos textos de acompañamiento de Gustavo Puerto Leisse hacia obras que van desde Aristóteles a Roland Barthes o de John Locke a Martha Nussbaum. Mientras se suceden estas explicaciones, los elementos ilustrados de Elena Odriozola acompañan aportando humor y candidez que se refleja especialmente en la figura de la abuela Martina que nos saluda de manera corpórea al inicio del libro y como espectro al final. Todo un engranaje perfectamente coreografiado para prestigiar la lectura como un acto reflexivo, abierto y transformador. Un regalo, una joya en un gran catálogo que ha recibido todos esos premios señalados al principio y un álbum esperando sin tiempo a que sea descubierto por cualquier lector. Como titularía Sandra L. Beckett su monografía en 2012: álbumes crossover, un género para todas las edades.


Ojalá cada álbum publicado fuera tan consciente de su necesidad y de la importancia de su calidad (una cuestión que en Media Vaca tienen como forma de ser, por ejemplo). Es una cuestión de esperanza, supongo. Así que parafraseando la última frase referida a ese sentimiento: quizás no sientas la esperanza, pero aun así, creer en ella. En Ediciones Modernas el Embudo creemos.

Fran Martínez

IG: https://www.instagram.com/caballo_de_carton_azul/

 




 

Web de la editorial

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Instagram Elena Odriozola

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Dedicada a Martina




 

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