jueves, 8 de abril de 2021

Entradas en azul. Valérie Dayre & Wolf Erlbruch. L'Ogresse en Pleurs

 

Título: L’Ogresse en Pleurs

Autora: Valérie Dayre

Ilustrador: Wolf Erlbruch

Editorial: Éditions Milan

Año: 1996

Páginas: 40

Encuadernación y formato: 28 x 24 cm. Tapa dura.

Idioma: francés

Reseña:

Vuelta a otro de los grandes referentes con el maestro Wolf Erlbruch (1948) cuya obra no estaría lejos de Sendak o Ungerer, aunque esto tan solo es una opinión. Sus libros son reconocibles instantáneamente y siempre son un placer adentrarse en ellos, divertidos e incómodos. Pero, entiéndase este último adjetivo: empleamos este apelativo si pensamos en la literatura infantil como algo unidimensional, aleccionador y dirigido por una ética adulta condescendiente. De alguna manera, todas las entradas en el blog huyen de esta perspectiva y siempre sirve como buena previa a una reseña de un autor que tampoco se siente cómodo ante la etiqueta “literatura para niños”. Sus libros y galardones (Premio Andersen en 2006 y Astrid Lindgren en 2017) así lo atestiguan. Sus libros buscan espacios de tensión con los adultos con una tendencia aleccionadora y, no hay nada más pedagógico, que desmontar esa pulcritud inane (y, en las últimas entradas, títulos de Armin Greder, Kitty Crowther, Jutta Bauer e Isol le acompañan).

L’ogresse en pleurs (1996) es un título que aparecía dentro de la selección de 100 joyas ilustradas de Martin Salibsury (2015) en el que ilustraba el divertido texto de Valérie Dayre, tan deudor de los monstruos de la tradición oral (también podemos recordar, en el sentido contrario para desmontarlo, a El ogro de Zeralda de Ungerer) en el que tenemos a un personaje que ansía comerse a un niño. Ese tipo de narraciones siempre me han generado una especial atracción que me recuerda a mis primeros años en el aula contando el cuento del Ogro comeniños, como un cuento de ingenio en el que la población debía engañar al ogro hambriento que quería zamparse a los niños. Como estamos estos días con una temática maternal, en esta ocasión el desenlace de esta narración tiene la especial singularidad de que su figura de madre revela el final de la narración.


Un texto que nos cuenta las ambiciones de una mujer por probar un niño (otras cosas que hacía anteriormente no se pueden contar aquí, dice el texto). En su obstinación por encontrar al niño perfecto, más rechoncho y apetitoso, recorre aldeas y aterroriza a las familias que se esconden para huir de tal calamidad. Como no servía cualquier niño para satisfacer tal deseo, recorrió el mundo para encontrar el bocado más delicioso y, en esa búsqueda infructuosa (en la que rechaza todo tipo de manjares sustitutivos), su locura le consume y la desesperación le lleva de vuelta a casa, donde descubriremos cómo sacia su apetito y, este acto, se convierte en su mayor condena. Efectivamente, en la locura no se ha dado cuenta de que el niño que ha encontrado en su casa es su retoño. No sé por qué, me recuerda a personajes como Baba Yaga, pero en el libro de Beckett (2012) introduce un análisis de este libro para señalar la extrañeza de la violencia aplicada sobre la infancia (me acuerdo también de Tío Lobo, una variación italiana del ATU 333 de Caperucita roja o, sin ir más lejos, la prosificación de Perrault) en un libro que está ilustrado majestuosamente por Wolf Erlbruch. Aunque, de todas formas, este tipo de narraciones y villanos "come niños" son recurrentes en la tradición oral, así como el miedo de las familias ante esta fuerza sobrenatural que desea alimentarse con ellos.


El detallismo con el que Erlbruch crea a cada personaje y la variedad de técnicas (sus dibujos, el color, el brillo en los ojos de la ogresa, el collage y las texturas) destaca en un conjunto en el que la luna nos guía siempre sobre los pasos de la ogresa (una luna que sería también protagonista en el divertidísimo Por la noche con su contrapunteo) en el que vemos en segundo plano barcos naufragando, niños de toda índole y vestimentas (qué estilo el de Erlbruch), miradas de sorpresa y fuera de campo y un clímax final en el que vemos a la protagonista escuálida y sorprendida ante ese niño tan perfecto, colocado sobre la mesa con un acordeón, con los ojos cerrados plácidamente, vestido de marinero y las mejillas sonrosadas (que ya habíamos visto antes en la portada y, ahora, sabemos qué papel juega).


El momento en el que se lo come desesperada se representa con el grito (hola Munch y, de nuevo, esta semana seguimos con el grito como punto de encuentro) de un mono ataviado con motivos entre circenses y orientales y, finalmente, la pena de un llanto frente al mar, sola y con la mirada de la luna evitándola. Finalmente, desaparece y tan solo quedan lunas en el cielo escuchando el murmullo de su lamento: amar sin comerlo. Última ilustración para una rata y una paloma observándose ante la comida en el suelo. El color en sus fondos variando la gama de tonos azulados con la unión de amarillos y rojos generan una sensación de calma para una historia esencialmente de canibalismo, pero que en el imaginario simbólico es tan solo una de las muchas narraciones que empleaba estos elementos folclóricos a la luz de la lumbre. Cuentos misteriosos, con un sentido del humor negro y que son una auténtica maravilla ilustrada por el gran Wolf Erlbruch. La guinda del pastel, no solo en la contraportada.

 

 

Fran Martínez

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Otras reseñas de Wolf Erlbruch: 

La gran pregunta: https://elcaballodecartonazul.blogspot.com/2021/03/entradas-en-azul-wolf-erlbruch-la-gran.html 

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