Título: The Moon Jumpers
Autora: Janice May Udry
Ilustrador: Maurice Sendak
Editorial: Harper & Row
Año: 1959
Páginas: 32
Encuadernación
y formato:
25,8 x 18,5 cm. Tapa dura.
Idioma: inglés
Reseña:
En esta serie de entradas dedicadas a la luna es el momento
para detenernos en un título que Martin Salisbury incluyó en sus 100 joyas de
la literatura infantil ilustrada: The Moon Jumpers (Un salto a la
luna en la traducción del manual). En esta primera colaboración entre la
escritora Janice May Udry (1928) y Maurice Sendak (1928-2012) consiguieron
alzarse con la condecoración de la Medalla Caldecott (en 1960), un premio que
posteriormente recaería en el gran clásico de la literatura infantil con Donde
viven los monstruos (1963) de Sendak en solitario y, un premio, que
previamente recibió Janice May Udry por A tree is nice (1957, ilustrado
por Marc Simont). Juntos volverían con la publicación en 1961 de Let’s be
enemies (una divertidísima narración sobre la amistad, las riñas infantiles
entre John y James y, como no, la reconciliación pasando de la declaración de
enemistad a la celebración de todo lo que comparten) y, con este The Moon
Jumpers leemos entre las cualidades descritas por Salisbury (2015, p.89): “Mediante
el uso de una técnica casi puntillista, el artista elude el enfoque figurativo
de los edificios o la flora con el fin de crear un primitivo ambiente
roussoniano”.
Estas ilustraciones a color tienen una entidad propia dentro
del libro, representándose a doble página sin la presencia del texto. El texto
funciona de manera independiente acompañado con ilustraciones en blanco y negro
que dan un espacio al texto de la autora que se inicia con una panorámica de la
puesta de sol entre las montañas, los girasoles que sueñan con la promesa del
sol del día siguiente. El ritmo del texto nos remite a un espacio de
enumeración que sirve como mantra con los elementos que diferencian al día y la
noche. Así, aparece la noche y nuestra protagonista esta semana: la luna. El
búho en el abeto (los búhos no son lo que parecen), el gato saliendo al jardín.
Ese último pasaje, la aparición del felino en el jardín, será la ilustración a
color que expande la narrativa con la belleza descrita por Salisbury: la luz de
la luna, las sombras sobre la casa y el poblado jardín.
Con esa panorámica que sirve de preámbulo en la situación
inicial narrativa, pasamos del horizonte al jardín y vemos una casa, en la que
ahora centrará su mirada la narrativa con la presentación de sus personajes en
la ventana: un padre y una madre a la luz de la lámpara observando un libro de
arte. La siguiente doble página nos presentará a los protagonistas infantiles
que salen de la casa para saludar a la luna llena. La miran, extienden sus brazos
hacia ella y sus sombras se proyectan alargadas ante el espectáculo de la
noche. Con esa combinación de páginas en blanco y negro (tonos sepia) en la que
se enumeran esos diferentes elementos que aparecen en la noche (aparece el
canto de las ranas, las luciérnagas, las polillas buscando las flores de luna y
el viento en una agradable y fresca noche de verano que mece los pelos de los
niños danzando con los pies descalzos y ojos cerrados en el jardín).
El libro sigue incrementando su belleza en un acto teatral
(una disciplina con la que Sendak tiene un fuerte vínculo) con el baile
estilizado de los niños. Salisbury también precisaba un cierto aire pagano y,
ciertamente, hay un componente de pequeño ritual de solsticio, de noche de San
Juan (sin ser esto Midsommar) y con sus miradas perdidas en la danza.
También se narran sus juegos: subirse al árbol e imaginar que se encuentran en
una isla, compondrán canciones y poemas, rodarán por la hierba y contarán
historias de fantasmas. Darán vueltas alrededor de la casa y saltarán cada vez
más alto para acercarse a la luna pese a que nadie la ha alcanzado (sería una
década más tarde, en 1969, cuando eso sucedería) y que continúa creciendo cada
vez más.
Una luna tan grande que, súbitamente, refleja una sombra
gigante que aparece ante ellos: el padre con la pipa que vigila que estén bien
las rosas y, posteriormente, la madre llamando desde la puerta. Es hora de irse
a la cama. Es muy graciosa la respuesta de los niños: Nosotros no somos niños,
somos los que saltan la luna. Hora de irse a la cama, despedida a la luna con la
belleza en el texto de Janice May Udry y, la repetición de una frase en el
inicio sobre los girasoles: “And we fall asleep and dream of tomorrow’s sun”.
Un álbum precioso para dormir y, la luna, como una
protagonista en la literatura (sin etiquetas) y que Maurice Sendak ha reflejado
en su trilogía con Donde viven los monstruos (es imposible no pensar en la
imagen de Max adentrándose en el bosque de su cuarto a la luz de la luna y verlos a todos bailando bajo el influjo de la luna), La
cocina de noche y Al otro lado. Pero, como final, he repasado apariciones lunares
en otros de sus álbumes (ya sean como ilustrador o como autor) y la conexión
con ese mundo onírico que define la obra de uno de los estandartes de la
Literatura Infantil.
Fran
Martínez
Referencia
Salisbury, M. (2015). 100 joyas ilustradas de la
literatura infantil. Blume
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