La modestia de los árboles es infinita. Cuando la brisa
matinal los acaricia, ellos dejan caer dos hojas tiernas, y cuando el vendaval
los agrede sin piedad, endurecen sus ramas como rejas. Su tronco recobra
entonces la solidez de su origen, y el temporal se aleja, con lluvia de
vencido.
Vuelta con otro álbum que me capturó por las ilustraciones
de Charline Collette y la forma en la que representaba unos paisajes envueltos
de color en este L’âge de la forêt [La edad del bosque]. Desde el
formato escogido para su narrativa en el que prima la dimensión vertical para
representar esos anillos de vida del tronco del árbol que divide la cubierta y
contracubierta. Un formato en contra de la gravedad como el crecimiento de un
árbol. Entre el álbum ilustrado de ficción e informativo, su narrativa se
presenta a través del diálogo de Anna el día de su sexto cumpleaños y la visita
a la casa de sus abuelos para la celebración. Ese inicio, con voz omnisciente,
deja paso a un texto dominado por los diálogos de Anna con sus abuelos y la
tarea que debe cumplir Anna para completar su pastel: recoger moras del campo
con su abuelo.
Ese viaje por el campo se articula con el diálogo entre Anna
y su abuelo sobre las dudas de Anna sobre la naturaleza, la edad de los
árboles, el tiempo que llevan en el bosque, cómo se diseminan sus semillas, el
tiempo de recolección y tala, etc. En definitiva, preguntas para comprender las
historias que esconde la naturaleza del bosque. Para responder a sus preguntas,
Charline Collette traslada a sus personajes fuera del tiempo y se insertan en
esas pequeñas historias del ecosistema que les rodea. En ese punto, el álbum
podría pivotar con el libro informativo ante las respuestas del abuelo a las
diferentes cuestiones. La tipografía delicada y ligada del texto se entremezcla
con unas ilustraciones ensoñadoras, especialmente las visiones generales del
bosque con sus contrastes de color para envolvernos en una ambientación de
ensueño.
La combinación de texturas y trazos me recuerdan a Manuel
Marsol y la belleza de sus paisajes fragmentándose en diferentes unidades
narrativas (dividiendo la doble página, empleando la página sencilla y
principalmente la doble página). La vegetación plena de contrastes, salpicadas
con formas redondeadas y combinando sus colores como manchas de color construyen
un escenario armónico y recorremos la edad del bosque desde la edad de hielo
hasta la actualidad. Salvando las distancias, me recuerda al maravilloso Érase
una vez y mucho más será de Johanna Schaible por ese recorrido por el
tiempo y que se culmina con la noche de celebración con los farolillos colgados
del árbol que transmiten el recuerdo de las noches de verano.
Un álbum delicado y con unas ilustraciones que envuelven una
lectura sobre el tiempo y la naturaleza como un espacio de hospitalidad incondicional. Volviendo a Benedetti: estiremos nuestros brazos y apoyémonos en su tronco solidario.
Con estos versos tan reconocibles de María Elena Walsh
volvemos con este divertido álbum ilustrado titulado Papa Ballon de
Saehan Parc dentro de la colección 4048 de éditions 2024 (donde también habitan
las aventuras de Jim Curious de Mattias Piccard que se editaron en España por
Fulgencio Pimentel). En este reino del revés, la portada nos muestra una imagen
que nos recuerda al clásico de Isol y El
globo. No solo a ese título, sino a la mirada que cuestiona con agudeza
al adulto y manteniendo su naturaleza gamberra. También podríamos mencionar Vida
de perros, Secreto de familia o Imposible como
acompañamiento, aunque con Papa ballon hay una pequeña diferencia. No
avanzaré el desenlace.
El elemento que llama la atención a primera vista es la ilustración
de Saehan Parc en la cubierta de Papa ballon con la combinación de elementos geométricos
planos, los colores pastel y la forma en difuminar los colores. Esa combinación
entre el aspecto naíf de líneas que recuerdan al Paint y la textura de los
rotuladores para aportar color atrapa instantáneamente. Y, como no, el padre en
forma de globo de la portada en el que únicamente aparece su bigote y ojos para
aportar una simpática inexpresividad mientras vemos a Hana zamparse helados a
dos manos. Otro de los elementos peculiares de su narrativa visual es la forma
en la que establece los marcos en la imagen con diferentes formas ovaladas que
emplearán diferentes colores según la situación narrativa y el contexto (se
enrojecen si hay tomates, son de múltiples colores si Hana dibuja en las
paredes). Pero resultan peculiarmente psicodélicos cuando esos óvalos enmarcan
la situación con caras de diferentes personajes y se estiran deformándose para
crear ese marco. Un elemento realmente peculiar y llamativo.
Centrándonos en la historia, la editorial apunta a que se
trata de una fábula y encontramos el texto disociado de la imagen ocupando
partes diferenciadas: en la izquierda un texto con narrador omnisciente en el
que se incluyen diferentes diálogos y en la derecha las atractivas
ilustraciones. La primera ilustración, supone el reflejo de la situación
inicial: un día, sin previo aviso, todas las personas adultas se transformaron
en globos. Además del peculiar marco con la cara del padre, el lector se ubica
en un marco experiencial al compartir la vista de los personajes en la
contemplación de los adultos-globo volando por el horizonte. El punto de vista
de los personajes representados tiende hacia la oferta con puntuales demandas
que interpelan con la mirada al lector, como en la primera ilustración que
narra el cambio en el modo de vida de ambos personajes desayunando.
En Papa ballon observamos una parodia a partir del
intercambio de roles entre el mundo infantil y el adulto. Convertidos en
globos, los pequeños son los que se tienen que encargar de llevar a los padres
al trabajo y mantener los diferentes establecimientos: Camille con la cafetería,
Ahmed la panadería y Alice la heladería, por ejemplo. Esta primera parte es
realmente divertida y con paradojas tan peculiares como las nuevas reglas que
establecen en su nuevo papel como empresarios: Ahmed y Hana no saben contar,
así que cada uno paga lo que supone que es correcto. Las reglas impuestas por los
adultos sobre comer helado o los juegos se solucionan no llevándolos al parque
al día siguiente. En este sentido, la comicidad de la inversión de roles no
busca un espacio democrático de entendimiento, simplemente nos permite
reflexionar sobre las imposiciones que los adultos imponemos a la infancia: a
veces como muestras de afecto, otras como monsergas aleccionadoras. Observamos
que el principio por el que se rigen los niños es el placer y la diversión, sin
desatender a otras responsabilidades como el cuidado de sus seres queridos o el
huerto (los divertidos tomates gigantes de los mellizos Klaus y Lukas que son
regados de manera doble). Los niños cuando juegan mantienen a los adultos como
espectadores, tan solo que no tienen el poder de interrumpir los juegos que la
infancia lleve a cabo. Resulta divertido cómo el cuidado de Hana para que su
padre no se vuele es pegar su hilo con cinta americana en la pared de una
habitación que no permite al padre observarla pintando las paredes. El texto
irónico en esta primera parte esconde pequeños guiños para el adulto o
referencias a la serie Friends. Otro aspecto llamativo es que el adulto está
siempre silenciado, al contrario que los niños de los que vemos su capacidad expresiva
y sus bocas. Los adultos tan solamente contemplan de forma inexpresiva.
Una vez que todas estas nuevas normas y cómicas situaciones
se describen en un texto con una tipografía que recuerda a la escritura
caligráfica y escolar, aparece una doble página para trasladarnos a la segunda
parte de la narración: una tormenta se avecina y los adultos volando por el
cielo. En esta segunda parte, una vez asumida y conocida su realidad, la tormenta
y el viento suponen el inicio del conflicto con el padre de Hana desapareciendo
arrastrado por el viento. De nuevo, dos nuevos marcos experienciales que
alteran la dinámica visual de las páginas anteriores para reflejar el conflicto:
primero como una escena policial en la que la casa está desordenada y después
la mirada al horizonte de la calle. La resolución, volvemos al inicio de la
reseña, ofrece una visión menos subversiva y más cercana a Madrechillona
de Jutta Bauer (invirtiendo los roles de la transformación, en este caso al adulto).
Por el camino, Saehan Parc nos regala ilustraciones y escenarios repletos de
color, detalles y con el extraño contraste entre los colores planos y los
efectos difuminados en diferentes elementos (principalmente en las
combinaciones de tres colores en el horizonte). Un álbum con unas ilustraciones
con un gran poder de atracción.
Para finalizar, una ilustración realizada por autora coreana
(afincada en Estrasburgo) para una columna del The New York Times de
Amanda Hess: Does a
toddler need a NFT? No me resulta sorpresivo en un modelo de
capitalismo que intenta ocupar cualquier espacio de venta a nivel global y ante
la escasez de recursos para explotar en entornos físicos, es el momento de
explotar los digitales. La ilustración de Saehan Parc me recuerda a Lucky/Happy
Hans de Maguma con esa segunda parte en la que el personaje acaba con
unas gafas de realidad virtual encasquetadas. Inclusive desconocía que Zigazoo
como una red social para la infancia donde también se incluye el comercio de
NFT’s (aunque la verdad no tengo mucha opinión sobre este aspecto que se me
escapa absolutamente). De nuevo, la noticia sirve como perfecto contrapunto a la
narrativa de Saehan Parc: en este caso, los adultos y contextos digitales son
los que intentan comerciar con la idea de infancia (o la edad que sea, lo
importante es que las personas sean productivas y subyugadas). Al fin y al cabo,
en manos del señor Dinero, tan solo somos globos.
Ahora que nos aproximamos al final de curso recuperaré algunos
álbumes que me han llamado la atención en los últimos tiempos, especialmente
por el componente de la ilustración. Una de las críticas del año pasado estuvo
dedicada a Lucilla
de Sarah Mazzetti que fue galardonada en la Feria Internacional de Bolonia con
el Premio de Ilustración. El surrealismo de sus formas y la experimentación con
el texto en conjunción con la imagen eran un claro ejemplo de la constante
evolución en las corrientes artísticas en el álbum. En las próximas entradas
pasarán por el blog diferentes ejemplos de la constante expansión artística en
este soporte y algún clásico surrealista de Guy Billout. A fin de cuentas, el álbum no deja de ser un
producto cultural sujeto a los cambios en la literatura infantil, pero también de
las corrientes artísticas y vanguardias (en forma y contenido).
Este viaje comienza con la autora francesa Marie Mirgaine y el divertidísimo Kiki
en promenade (el paseo de Kiki). La dinámica del álbum es una triangulación
entre el lector, el texto y la ilustración en la que el divertimento se centra
en lo surrealista del paseo. Por una parte, el protagonista (Julien) empieza el
paseo con Kiki (su perro) y el paseo apacible (podemos recordar el clásico de
Pat Hutchins) comienza a sufrir pequeños contratiempos. Al menos, para la vista
del lector: un águila se lleva a Kiki y la sustituye como el animal de paseo. El
lector detecta el lado cómico de una serie de relaciones causales (después el
tigre sustituirá al águila, el murciélago al tigre,…) que se van sucediendo al
pasar la doble página. Los lugares que transita Julien cada vez son más
peculiares, pero en ningún momento será consciente de cada cambio que se
produce en su animal de compañía. El lector es el que infiere el mecanismo de
este juego página a página, cada vez más estrambótico y divertido. Sin embargo,
el texto asume esa nueva realidad con la mera descripción de “Julien pasea a su
(cada animal que aparece en la narrativa)”. En ese espacio entre texto e imagen
que son congruentes hay a su vez un juego de ironía con el lector que se siente
cómplice de la acción que Julien es incapaz de apreciar. La carcajada está asegurada
a cada paso de página.
Probablemente, ya conocemos diferentes álbumes que proponen
este tipo de juego entre el lector y el binomio texto-ilustración, pero donde reside
la peculiaridad de este álbum es en las texturas y formas de los personajes
representados por Marie Mirgaine. El mismo año, sus libros de artista Fugues y A terre muestran su interés en la
exploración de las formas, las texturas y el contraste de los colores para
articular una narrativa con tintes dadaístas y nos devuelve a la constante
expansión artística que la ilustración tiene en este soporte. Cada nuevo elemento
animal, mineral o vegetal tiene un tratamiento que nos invita a mirarlo con
calma y detenimiento por la fascinación de sus collages combinando colores y
texturas. La combinación del detallismo, casi realista, con la imposibilidad de
las formas y colores de otros elementos, visualmente tiene un impacto hipnótico.
Fruto de esta experimentación, no es de extrañar que recibiera diferentes
distinciones como la selección de libros ilustrados en Les Pepites del Salón
del Libro de Montreal o la Mención Opera Prima en la Feria de Bolonia en
2020. Un álbum que desata carcajadas entre mi alumnado de 2-3 años en la escuela.
Supongo que es un álbum que recoge la importancia del sinsentido en estas
edades, que no ofrece ninguna lección moralizante y se centra en el placer de
una narrativa que visualmente rompe con la esterilización y simplismo de otros
muchos álbumes. De algún modo, la ruptura de estas convenciones icónicas es
otro aspecto esencial en la formación de futuros lectores y una autora que pasará próximamente por el blog con más álbumes divertidísimos.
Los álbumes de Ediciones Modernas el Embudo han sido
reseñados en diferentes entradas del blog como un ejemplo de propuestas que son
plenamente conscientes de incrementar la experiencia lectora en la primera
infancia. En esta ocasión, nos remontamos hasta su primera referencia con Sentimientos
encontrados que fue galardonado con la Manzana de Oro en la Bienal de
Bratislava e incluido en la lista de los White Ravens en su catálogo de 2020.
Un álbum que experimenta con el diseño para crear una propuesta de filosofía
para la infancia que cuida cada uno de los detalles. De entrada, cada elemento
del álbum encuentra una función: desde la cubierta para mostrarnos el exterior
de la casa y fragmentada en 16 viñetas. De entrada, la referencia a las aucas
en esta división también conecta con referentes más propios del cómic que del
álbum por el nivel de fragmentación y al mismo tiempo se presentan como una
unidad narrativa en la página posteriormente. El diseño exquisito de las
guardas y una contracubierta que da nombre a las diferentes personas y animales
que habitan en ese espacio. Una familia, desde el retoño Alejandro, la
preadolescente Clara hasta la abuela Martina. Un espacio intergeneracional en
el que experimentaremos con una encuadernación en espiral para distinguir tres
espacios. En la parte superior el juego se basa en el reflejo del paso del
tiempo a partir de un espacio visual fijo que nos servirá para apreciar el
cambio a través del paso de página. Ya conocemos La casa de Innocenti, La
casita de Virginia Lee Burton, las ventanas en la pareja de álbumes de
Jeannie Baker o las láminas de Jörg Müller, como algunos ejemplos de sensación
dinámica desde la restricción del espacio como elemento inamovible. Un
time-lapse, digamos. Algo que el personaje de Paul Auster, Auggie (encarnado
por Harvey Keitel en Smoke) nos mostraba como una de sus prácticas
diarias.
En la parte superior izquierda, el paso de tiempo es para un
árbol (volvemos a otros referentes: Las estaciones de Iela Mari o Little
tree de Katsumi Komagata) con el ciclo de la vida encarnado en el reflejo
de las estaciones en sus ramas. En la parte superior izquierda, la casa con sus
dieciséis ventanas (viñetas), en dieciséis ilustraciones que pueden funcionar
como narrativa visual independiente). Esa parte superior es la que Elena
Odriozola borda con su habitual exquisitez, empleando el blanco y negro, para
recrear minuciosamente la vida en cada viñeta: la decoración, los cuadros, los
estampados, las plantas, los muebles… Y, de nuevo, las ventanas dentro de las
ventanas para ver el paso del tiempo sobre un árbol que podríamos pensar que se
trata del que aparece en la parte izquierda. También variaciones entre si vemos
el interior de la estancia o nos ubicamos en la escalera del edificio. Un despliegue
por el que el simbolismo que emplea Odriozola pivota entre lo costumbrista y el
surrealismo. Viñetas que mantienen en esos cuatro niveles diferentes
relaciones: a veces se relacionan entre ellas y sus personajes, otras reflejan
la soledad de estos. El despliegue visual de las ilustraciones permite que el
lector deambule por las habitaciones y decida seguir a un determinado personaje
para volver y conectar entre las diferentes páginas una cronología de
acontecimientos. El lector como detective con divertidos misterios fantásticos
(como la página de las máscaras). Una suerte de peeping tom (en honor al
metraje clásico de Michael Powell) en el que tenemos diferentes niveles de
mirilla en el que adentrarnos en diferentes momentos y horas: la mirilla y el paso
de las horas están presentes en las primeras ilustraciones de una viñeta de la
planta baja.
Para acompañar a las ilustraciones de Elena Odriozola y
establecer un espacio interpretativo lo más amplio y ambiguo posible, los
textos filosóficos sobre dieciséis sentimientos (y aquellos asociados a este en
una suerte de familia de sinónimos como familia lo son los personajes):
nostalgia, miedo, dolor, ansiedad, curiosidad, enfado, vergüenza o placer entre
ellos. Un abanico de sentimientos que podemos conectar con algún personaje,
asociarlo a alguna viñeta o al contrario. La encuadernación en espiral permite
al lector diferentes espacios interpretativos: desde pensar en la congruencia
con alguna viñeta o personaje, una relación complementaria más abierta a la interpretación
poética o filosófica y en el lado extremos podemos pensar en ellos en
oposición. La idea es traspasar la frontera de la lectura convencional para
abrazar la libertad del lector individualmente. En definitiva, todos los
elementos del álbum (secuencia, ilustración, texto y materialidad) propician la
reconstrucción subjetiva de su significado para ubicarlo en un espacio
inferencial en el que experimentar con las dos partes de manera completamente
libre. Un espacio de diálogo abierto en todos sus niveles. Una auténtica
maravilla.
De la misma manera, para acompañar a la lectura se proponen
una serie de instrucciones que, lejos de restringirlo, continúa expandiéndolo
desde la libertad de una propuesta que está hecha para la reflexión de todos
esos sentimientos que encontramos (juego de palabras) y con los que establecemos un diálogo. Finalmente,
la inspiración de esos textos de acompañamiento de Gustavo Puerto Leisse hacia
obras que van desde Aristóteles a Roland Barthes o de John Locke a Martha
Nussbaum. Mientras se suceden estas explicaciones, los elementos ilustrados de
Elena Odriozola acompañan aportando humor y candidez que se refleja
especialmente en la figura de la abuela Martina que nos saluda de manera
corpórea al inicio del libro y como espectro al final. Todo un engranaje
perfectamente coreografiado para prestigiar la lectura como un acto reflexivo,
abierto y transformador. Un regalo, una joya en un gran catálogo que ha
recibido todos esos premios señalados al principio y un álbum esperando sin
tiempo a que sea descubierto por cualquier lector. Como titularía Sandra L.
Beckett su monografía en 2012: álbumes crossover, un género para todas las
edades.
Ojalá cada álbum publicado fuera tan consciente de su
necesidad y de la importancia de su calidad (una cuestión que en Media Vaca
tienen como forma de ser, por ejemplo). Es una cuestión de esperanza, supongo. Así
que parafraseando la última frase referida a ese sentimiento: quizás no sientas
la esperanza, pero aun así, creer en ella. En Ediciones Modernas el Embudo creemos.
Así comienza el verano más bello del mundo: como un soplo en
el corazón. Las referencias nos llevan por el título del único álbum
(discográfico) que publicaron Javier Aramburu e Iñaki Gametxogoikoetxea bajo el
nombre de Family. Vale, volvemos de un salto al álbum (libro): la historia que
encierra es una mirada al corazón de la memoria y la construcción de nuestras
vidas en torno al vínculo emocional que se plasma en las conversaciones entre
una madre y su hijo. Una relación maternofilial que abarca una mirada a las
generaciones precedentes y la reflexión sobre la transmisión desde progenitores
hacia hijos (la madre también fue hija y así encadenadamente). Ahora, una
vuelta al guiño musical y la alusión que este título conectó instantáneamente
en mi cabeza: El bello verano.
Tu cara triste
Mi amor de plata
Podemos volver a
empezar
Seremos delfines o
ballenas azules
Viviendo en el
fondo del mar
De nuevo, la constelación de referencias nos devuelve a la
literatura y la obra La bella estate (El bello verano, 1949) de Cesare
Pavese a la que hace alusión la letra de Aramburu. En este caso, es una novela
de formación que también nos llevaría a otras referencias cinematográficas en
las que el verano es un marco mental entre el cierre de un curso y el inicio de
otro. El paréntesis vacacional para el remanso y el crecimiento, el
recogimiento de lo familiar y el poso con el que afrontar desde otra mirada
reflexiva nuestra relación con el mundo. El verano en el Levante es como una
losa de membrillo que hace cada respiración más pesada y en el que una brisa a
la sombra es tan solo una promesa fugaz. Como la de los chapuzones de David
Hockney o la promesa de viaje del nadador de Cheever (y que llevó al cine Frank
Perry). Creo que es momento de volver al libro.
Con el álbum Le plus bel été du monde recuperamos la
peculiaridad de la ruptura de convencionalismos de la extensión del álbum, como en
las últimas entradas se ha hecho alusión con He
visto un pájaro carpintero, El
pájaro que llevo dentro vuela adonde quiere, Et
j’ai rêvé le jour o À
qui appartiennent les nuages? (entre otros a los que se hacía alusión en la
entrada). Álbumes dominados por su conexión con la memoria desde diferentes
prismas. La autora, Dephine Perret, nos acompaña desde un diálogo que interpela
tanto al mundo interior del niño como, transversalmente, el del adulto desde el
acompañamiento de la madre. Esto se debe a la articulación del texto en
diálogos que documentan pequeños momentos y en los que se generan diferentes
motivos para diferenciar el tono de la obra: en este caso, la gorra y paisajes
a doble página que sirven para una visión panorámica de los diferentes momentos
del día reflejados en ese horizonte alejado de la ciudad. Aunque, ese viaje
personal, tiene en el niño intentando anudarse los zapatos el reflejo del
tránsito del verano. En la mirada del niño, el descubrimiento microscópico de los
pequeños detalles que en la ilustración se presentan principalmente en blanco y
negro. Una combinación entre acuarelas y plumilla que se combina entre sus
diálogos en los que presenciamos momentos de intimidad entre madre e hijo, la
celebración de visitas de familiares e inclusive la soledad. Diferentes
estampas que tantos recuerdos nos despiertan: las despedidas de las visitas
hasta que desaparece el coche de nuestra vista, por ejemplo.
Momentos presentes y recuerdos pasados se combinan en ese
marco espacial y temporal de un tiempo vacacional que pasa con lentitud en las
manecillas del reloj cada día y que nos sorprende cada vez que acaba. Un recorrido
por sus diferentes emociones y sensaciones presentadas como instantáneas o
fotogramas que en el paso de página quedan con nosotros como un recuerdo.
Recuerdos que se manifiestan y la melancolía de evocar a personas que ya no se
encuentran entre nosotros. Momentos que parecen intrascendentes y que se
revelan como la escapatoria de la rutina abrumadora. Sorbos calmados y que se
suceden en estas 128 páginas como una oda a la contemplación. Me recuerda que en septiembre del año pasado me dediqué a escribir sobre álbumes conectados
al verano y, aunque sin palabras, El último verano mantiene ese aroma de conexión con lo iniciático y la
conexión con la inevitable naturaleza expresada en pequeños ciclos en progreso.
La manera con la que Delphine Perret combina esa sensación en los diálogos, la
extensión y las ilustraciones convierten a este El verano más hermosodel
mundo en un refugio en forma de murmullo apacible. Tal vez eso, a fin de
cuentas, es nuestro paso por la vida. Un
balancín en el que lo efímero y la permanencia se alternan. En el que siempre anhelaremos aquel verano.
En la reseña de ayer de Sara Lundberg con El
pájaro que llevo dentro vuela adonde quiere se mencionaba esta otra
joya ilustrada por Ala Bankroft (Helena Stiasny) con He visto un pájaro carpintero.
En esa graduación entre texto e imagen, esta plasmación gráfica del cuaderno de
Michał Skibiński cristaliza perfectamente la idea del iconotexto en el álbum (o
el espacio narrativo, como prefieran). La economía del texto se debe a la tarea
impuesta a Michal en el verano de 1939, cuando tenía 8 años, con la escritura
de una frase en su cuaderno para mejorar su caligrafía. Yo recuerdo esos
cuadernos de verano de la editorial Santillana o similar, pero con más dolor de
muñeca al desgastar el grafito del lápiz con las pautas del cuadernillo de
caligrafía Rubio. La repetición de frases sin sentido de aquellos cuadernillos
hacía que la tarea fuera más insoportable.
Volvemos al origen del cuadernillo, nos ubicamos en el
tiempo (1939) y en el espacio (Varsovia). Pueden imaginar el contexto del
ascenso del nazismo y la invasión de Polonia en ciernes. Con el Premio Opera
Prima en la Feria de Bolonia en 2020, también se sucedieron reseñas y noticias
alrededor de la figura de ese niño, como en esta de El País (enlace)
gracias a una obra espléndida. Según la noticia se comenta cómo fue
sobreviviendo a mudanzas, rescatado del desván y mostrado a la editorial por el
sobrino de Michal. También conocemos más cosas de su vida: la entrada al
seminario y especializarse en sacerdote para sordos. La Europa de aquellos días
parece lejana, pero recordamos que el actual presidente de Polonia afirma cosas
tan despreciables como que la ideología LGTBI es peor que el comunismo. Sumamos
otros países, el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, los fantasmas nos
siguen merodeando. Por eso, es importante la memoria.
La recuperación de la memoria me lleva a diferentes
fragmentos del texto que, en su sencillez, se transforma en una experiencia
sensorial en la que se observa el paso de los días con la mayoría de sus frases
ilustradas (alguna queda simplemente reflejada en la traducción del cuaderno).
El funcionamiento es la combinación de las frases en la doble página de su
cuaderno original que se transforman en ilustraciones que nos evocan a la
densidad de Anne Brouillard en L’orage,
composiciones que muestran las sombras y las luces de sus escenarios. Tormenta que también aparece en uno de los
fragmentos diarios de su cuaderno y podremos recordar la referencialidad con
dicha obra de Brouillard. También se puede pensar en los paisajes de Emil Nolde
o en Otto Modersohn. De los textos que nos recuerdan la vida apacible de las
vacaciones del verano: sus paisajes campestres, sus paseos, viajes y con
apariciones sorpresivas.
Ejemplo: Emil Nolde, nubes de verano
En el mundo de un niño que aparezca un avión surcando el cielo,
rompiendo la calma, es un hecho extraordinario que altera la rutina de un día.
Por eso se convierte en un motivo recurrente esa mirada al cielo, pese a que se
intercala con juegos o tareas con otros miembros de la familia. También nos
detendremos en los primeros sonidos que interrumpen esa vida, el primer
bombardeo, sentir que “ha empezado la guerra”, esconderse de los ataques, adquirir
consciencia de la ocupación y de que ese avión que llamaba su atención al
inicio se ha convertido en una plaga aérea. Entre esa naturaleza sintetizada
del texto, la evocación a los sentidos se amplifica con la ilustración a doble
página. Así, ese estruendo de una bomba cerca de la casa o la sensación del
inicio de la guerra me recuerdan a Memoria (2021) de Apichatpong Weerasethakul
y al personaje de Tilda Swinton obsesionada por captura el recuerdo de un
sonido, de un estruendo, que la despierta en medio de la noche. Es imposible
ponerse en la piel de alguien al que le sobreviene ese impacto.
Las ilustraciones, por tanto, emplean el color, el estilo,
el plano y la perspectiva para ubicarnos en un espacio íntimo al prescindir de
la presencia humana en su narrativa visual. Eso, por seguir con el sentido
cinéfilo, me recuerda a la visión del mundo del niño de la película de Edward
Yang Yi Yi del año 2000. Sus retratos fotográficos son una colección de
espacios que pasan inadvertidos, sin posar ante ella, simplemente la mirada a
un detalle que nadie tiene en cuenta. Por este motivo, el espacio interpretativo
y metafórico es amplísimo para que el lector encuentre en esta obra mucho dónde
mirar, retroceder e inferir. Al fin y al cabo, las ilustraciones amplifican al
texto al trasladarlo a un espacio inferencial y no a una interpretación
literal. La visita de una persona, una enfermedad, el juego, el viaje, la
espera,… todo se traslada a un espacio simbólico en el que los paisajes, la
luz, el punto de vista o el color, … Es como si se pintase la mirada de las
personas de los cuadros de Edward Hopper. A veces la mirada es panorámica, otra
detallista (la oruga) y con el juego de las miradas desde el interior (de la casa),
pero siempre en el exterior, donde la calidez diurna del inicio se apagará por
la oscuridad.
La aparición o la mirada sobre los aviones tiene, además,
lógica dado que su padre formó parte dela brigada aérea polaca que intentaron
impedir el avance de las tropas alemanas en Polonia. El 9 de septiembre, su
padre murió. En la entrevista en La Razón (enlace)
comenta algunos recuerdos posteriores a las fechas del cuaderno, la opresión a
la población judía, los carteles y su mirada incapaz de entender todo aquello a
su edad: la muerte y las aceras llenas de sangre, como él comenta en sus
respuestas. El respaldo e interés de la crítica por esta obra es completamente
justificado y sirve como punto de partida para una comunicación que estoy
preparando con mi compañero, el profesor Sebastián Miras para el Congreso
Internacional: La censura de la literatura infantil y juvenil en las dictaduras
del siglo XX (enlace),
aunque nuestro viaje sea hacia latitudes checas.
En próximas fechas seguiré con algunas obras que mencioné en
la entrada anterior y volveremos al verano, a la infancia, pero en este caso
con el verano más bello del mundo de Delphine Perret.
Título: El pájaro que llevo dentro vuela adonde
quiere
Autora e ilustradora: Sara Lundberg
Epílogo: Alexandra Sundqvist
Traducción: Carmen Montes Cano
Editorial: Galimatazo
Año: 2022. (Ed. or. 2017)
Páginas: 128
Tamaño: 17 x 21 cm
Reseña
Cuando empecé esta reseña pensaba en diferentes títulos que
rompían la convención de que el álbum es un soporte de unas 32-36 páginas de
extensión. Cuando reflexionaba en esos títulos los graduaba en mi mente, desde la narrativa
visual del cubano Ajubel en Robison:
una novela en imágenes inspirada en la obra de Daniel Defoe (Media Vaca,
2008), pasando por otros álbumes que han pasado por el blog como Noche
de tormenta (Lemieux, 2000), Duelo
al sol (Marsol, 2019) o The
rock from the sky (Klassen, 2021) o Le plus bel été du monde (Delhine Perret, 2021) próximamente en el blog. Obviamente, hay más títulos que
traspasan esa frontera de la extensión e incluso con el empleo de lenguajes de
otro tipo de narrativas gráficas (como el cómic, por ejemplo), pero tendría una
conexión con He
visto un pájaro carpintero (Skibinski, 2020) y el expresionismo de Ala
Bankroft en sus ilustraciones. Pese a que la temática y la perspectiva es
diferente, ambas parten del reflejo biográfico, como en este El pájaro que
llevo dentro vuela adonde quiere. En la información editorial de la
contracubierta se define como “novela ilustrada” y por la función que tienen
texto e imagen se podría entender como álbum ilustrado. Supongo que muchas
veces el problema es el circuito en el que se mueven las obras, se asocia a los
autores o al público al que se quieren dirigir. O, simplemente, el problema
surge en querer clasificar todo de manera categórica. Discusiones que muchas
veces nos recuerdan los prejuicios y convenciones.
La autora e ilustradora sueca Sara Lundberg concedió una
interesante entrevista sobre el proceso de creación para la página Picturebookmakers
(enlace)
y cuenta que este proyecto le llevó dos años para completarlo. Los resultados
en premios, traducciones a otras lenguas e interés de la crítica con la
inclusión en la lista de los White Ravens en 2018. La narrativa se centra en el
traslado ficcional de la infancia de la pintora sueca Berta Hansson (1910-1994)
e inspirado no solo en sus diarios y correspondencia, también en la obra
pictórica de la artista. La voz de la narración se pone en primera persona para
trasladarnos a otro tiempo y el reflejo de las dificultades de romper con las
convenciones sociales en un pequeño pueblo donde crece la protagonista. Empleando
prioritariamente la ilustración a doble página, además de la página sencilla,
el texto nos traslada a su entorno familiar donde conocemos a los integrantes
de su familia y su relación con ellos. Principalmente, uno de los aspectos clave
está en qué supone crecer como mujer en un pueblo a principios del siglo pasado.
Crecer con una visión personal, con una voz propia y que esta sea silenciada o
quiera ser soterrada. Divertidas anécdotas con sus dibujos en la escuela y la
supresión de cualquier atisbo de pensamiento divergente. En el ámbito de la
pintura sueca, me resulta imposible no recordar a otra pintora como Hilma af Klint
(1962-1944) cuyas pinturas se conectan con los pioneros del arte abstracto, incluso
precediéndola, pero que estuvieron cogiendo polvo mientras que otros autores se
convirtieron en las figuras emblemáticas y pioneras de dicho movimiento.
La obra de Berta Hansson estaría más conectada con el
impresionismo y este tipo de ilustraciones son las que Sara Lundberg traslada
con delicadeza en su obra: a veces de manera más esquemática y otras con una
gran precisión de detalles. La simbología de los pájaros de arcilla, la
preocupación por el estado de salud de la madre (inevitablemente me acuerdo de Mi
vecino Totoro), el deseo de escapar, el descubrimiento del arte y de
personas que pueden entender su voz (su tío, el médico del pueblo), la pérdida,
la rebelión a sentirse callada, escapar y volar. Ese diálogo y pugna interna
que le llevan a dudar de sí misma, cuestionarse y verse aprisionada entre
continuar con la labor que se le supone dentro de su familia o el de explorar su
propia voz. Las ilustraciones evocan perfectamente esas sensaciones y las
vivencias de la protagonista, los paisajes y algunas en las que se prescinde
del texto: el silencio cuando sube a los árboles, el recuerdo ingrávido junto a
su madre, el humo por la puerta en su huida, la contemplación de las pinturas
en casa del médico y, como cierre, la vista de pájaro del pueblo. Perfecto
reflejo de la libertad soñada.
Las bellas metáforas visuales que acompañan al texto tienen un
lugar recurrente: sus manos. Nos coloca la autora en su punto de vista, en el
espacio de creación (con la referencia interpictorial con el fresco de Miguel
Ángel y La creación de Adán) de sus dibujos, su experimentación y la
melancolía que acompaña al texto (también en el momento que remueve el puchero).
Las ilustraciones están cargadas de un elemento poético y simbólico que nos acompaña a
través de los paisajes, su mirada perdida entre su melena, la soledad del prado, la calma de sus pies en el río para extraer la
arcilla, el paso de las estaciones desde
las vistas panorámicas. Un juego de planos que nos va ubicando en el espacio
inferencial de un relato donde participamos como observadores ante una mirada
esquiva y melancólica. El texto conciso deja un espacio metafórico en el
acompañamiento de la ilustración, amplía la recepción y en conjunto es una
experiencia lectora que se paladea en todas sus dimensiones. Como expansión, el
epílogo biográfico de Alexandra Sundqvist sobre Berta Hansson termina de
ubicarnos temporalmente en el contexto de su infancia, su interés por Manet,
Monet y Gaugin y Van Gogh y el descubrimiento de sus pinturas para la primera
exposición que realizó en Estocolmo.
En resumen, El pájaro que llevo dentro vuela adonde
quiere es una joya ilustrada, o cómo se quiera bautizar
a esta narrativa gráfica, y cuyos reconocimientos evidencian el perfecto acompañamiento
de la infancia de una autora en una época en el que las convenciones sobre
el papel de la mujer en el arte estaba cuestionado. Un perfecto recordatorio
en una época en el que las biografías ilustradas suponen una tendencia estable
en el mercado editorial (no siempre con buen gusto) y la reflexión personal
sobre la incomprensión del pensamiento divergente. Un interesante recordatorio
que, en la actualidad, debemos seguir cuestionando ante el auge de tendencias
políticas que se ubican en la negación y persecución del divergente. Al hilo del pájaro y la representación de la libertad, el recuerdo y la
esperanza con un maestro como Marco Lodi y el 50 aniversario de Cipì,
una obra que nos recuerda a otro tipo de mirada en la escuela y de aquellos que
miran por la ventana con la cabeza llena de curiosidad. Como no, también pájaros.
Sara Lundberg, como bien decía en la entrevista a la que
hice anteriormente mención, esta es una historia sobre no traicionarse a uno
mismo, de seguir los dictados del corazón. Pese a que eso conlleve contradecir
y rebelarte ante quienes más quieres (y, a su modo, te quieren). No podía
dejarme el acompañamiento musical con un hit del pop sintetizado de Bronski
Beat, aunque en este caso es otro tipo de huida, la necesidad de volar que se
materializa en esta frase de la canción: “But the answers you seek will never
be found at home”.
En esta entrada dejaremos paso a que la poesía brote en el
soporte del álbum y en sinfonía con la primavera que nos llena la cabeza de
pájaros. Las cuatro obras son diversas, pero comparten la apreciación poética
por el ciclo de la vida en la naturaleza. Aprovechamos que hoy se celebra el
día del libro y parece que la vida vuelve a recobrar el bullicio de la calle
para su reflejo en diferentes álbumes que me atraen por diversas razones. La
fundamental: la aproximación del lenguaje poético a la infancia a través de objetos
estéticos. También la diversidad de recursos poéticos en el texto, en el modo
semiótico de la ilustración y la presentación material comparten una misma
unidad narrativa: la doble página.
Esta primera entrada es para uno de los grandes nombres de la
literatura hispanoamericana como es la chilena María José Ferrada. Hemos
recorrido por el blog diferentes de sus obras en otras entradas, recordamos hoy
el libro acordeón Un
jardín junto a Isidro Ferrer, y el interés por la metáfora de la
semilla como el origen de la vida con otro leporello como el de Neus Caamaño
al texto de Mar Benegas con Una
pequeña semilla. La cuidada edición del diseño de A Buen Paso junto a
las ilustraciones de Marco Paschetta con la humanización de la semilla se
encuentra desde las guardas iniciales y finales. En estas no solo se refleja el
camino, con la semilla ubicada en lo alto de un tobogán, sino el sentimiento
dubitativo y temeroso que implica la primera vez. En la vida, todos somos
debutantes pues solo hay una. Ese camino no es una línea recta, donde el
desplazamiento es constante, sino sinuoso como bien se muestra en la geometría
ondulada de dicho tobogán.
Las metáforas entre la vida de la naturaleza y de los
humanos, ambos seres vivos, se refleja con una prosa delicada y bellas
metáforas que tienen la capacidad para cumplir una doble función: el poético y
el rítmico. Para hablar del latido de su corazón se refiere a él como un
caracol blanco y en la siguiente doble página sus versos se acompañan de
sonidos rítmicos sobre su paso (pachín pachín) y por diferentes medios
(por el agua se replicará desde la palabra la sensorialidad: zap zap).
Con repeticiones y sonidos se avanza en el camino de la semilla, observamos su
ciclo y diseminación, la intervención silenciosa en el sueño del resto de los elementos,
el paso del tiempo y todo rodeado de sonidos que nos envuelve y abraza. Como a
su protagonista. Un texto preciso y bello, divertido y poético sin ampulosidad.
Una pompa que se basa en la sencillez, intimidad y el sincretismo, pero muy
alejado de la simpleza que hace de este álbum una maravilla. Como la vida que
en la última doble página rompe la cuarta pared al interpelar directamente al
lector tanto en texto como en imagen (sus protagonistas establecen un contacto
directo con su mirada al lector).
La nueva entrega de Ediciones Modernas el Embudo, cuya labor
editorial ya ha pasado por aquí en diferentes
entradas, es la tercera entrega de la colección Que ya sé con Ya
sé cultivar mi huerto. En esta recuperamos a su protagonista y su perro
enfrascados en la tarea de cultivar el huerto. Asistiremos en su texto en verso
al paso del tiempo y la sorpresa en el despliegue para conocer el efecto de cada
acción y en la que nos detendremos en los detalles que se revelan en el entorno
(el pájaro, el interés del perro, el paseo del caracol o el botín del erizo).
En la página izquierda, el conjunto de elementos necesarios para la tarea en
cada momento del tiempo. Un tiempo que descubrimos y que en su texto rimado
también encapsula la sabiduría de los refranes. Un ejemplo de este tipo de
sabiduría contemplativa: “Cuando el pájaro la pica, es que la fruta está
rica”. El diseño impecable y cada elemento cuidado con mimo y al detalle.
Álbumes para la primera infancia que se circunscriben a la mirada curiosa al
mundo que les rodea, su interés por la naturaleza y el reflejo por su papel autónomo.
Álbumes pensados para sus manos y sus sentidos.
Recomiendo que a las personas interesadas en sus obras se suscriban
a su newsletter y así se adentren en
el diario de creación de este álbum por parte de Gustavo Puerta y Elena
Odriozola. Como también es el día del libro, y en el blog tendemos hacia
títulos de editoriales que tienen una apuesta decidida por la calidad en su
labor editorial, es pertinente reflejar el descontento con la práctica de las
grandes cadenas comerciales y el trato hacia los libros. Hoy, es un buen día
para mostrar la otra cara de todo aquello que lleva la edición de un libro y
recomiendo las últimas entradas en el Instagram de Elena Odriozola dedicadas a
esta última obra (en especial la carta pictográfica con la que ordena los
títulos de la colección).
El poemario del maestro y escritor Alonso Palacios es otra
pequeña joya en la que acompañar la mirada a la naturaleza de una manera
poética. En sus breves poemas, a modo de haikus, recorremos los parajes ilustrados
con gran delicadeza por las acuarelas de Leticia Ruifernández (recomiendo la
sensibilidad de La caja de colores a texto de Estrella Ortiz que vendría
como anillo al dedo a la temática de esta entrada). En la información editorial
leemos cómo se gestó este poemario: “De todos los poemas que había, (más de
cien), han entrado en este Poemario tan solo aquellos cuyos protagonistas se
cruzaron en el camino de Leticia durante la primavera y el verano de 2015. Hubo
algunos animales que, como el saltamontes, aparecieron y una vez pintados,
Leticia se daba cuenta de que no tenían poema. Entonces Alonso creaba uno exprofeso
para ellos” (web libros del
Jata). También encontraremos este camino en los peritextos biográficos al
final de una obra deliciosa.
Es una obra que ha recibido diferentes distinciones y que se
publicó originalmente en italiano en 2017 por la editorial Orecchio Acerbo.
Además, fue una obra galardonada con el premio de poesía Oreste Pelagatti en
2019 o la distinción entre los mejores libros que selecciona la Fundación
Cuatrogatos en 2021. Parabienes hacia una obra delicada en el recorrido por una
decena de elementos del campo: árboles, bichos, pájaros, flores y frutos. El
poema 41 es para la lagartija, con un divertido juego con el proceso creativo
que le ha dejado sin dibujo. También tiene un componente de libro informativo
al expandir la información de cada elemento que no solo nos ofrece su nombre (por
ejemplo, golondrina: hirundo rustica) y su descripción, también se
expande con la asociación de textos vinculados a la tradición oral como
adivinanzas (“de negro y en procesión, adivina quiénes son”), dichos,
versos, canciones y poemas. Recupero el haiku de Kobahashi Issa (“Bajo la
sombra/ del cerezo en flor/ nadie es extranjero”) y el recuerdo a la reseña
de Little
Tree/Petit arbre de Katsumi Komagata.
Las acuarelas de Leticia Ruifernández me transmiten esa paz
que evoca en mi mente a Asun
Balzola y Chihiro Iwasaki. Entre haikus y poemas breves leemos en tres
versos la poética del campo. Dos ejemplos:
“En la paz de los
campos/ solitarias encinas:/ barcos.”
“La naranja desnuda/
es simetría perfecta/ con sus gajos de luna.”
Los versos Alonso Palacios reflejan la mirada delicada y
sensible, en su sincretismo la ilustración adquiere un carácter evocador
perfecto en unión al texto. Una poesía sensorial, una ilustración expansiva, un
formato cuidado desde el cofre que envuelve este poemario, su cubierta y
contracubierta con relieve de flores que nos facilitan la entrada plenamente
sensorial de la poesía. Fragmentos de vida y diferentes perspectivas para
recorrer el campo con una mirada palpitante. Una auténtica delicia cuidada
hasta el último detalle.
Cerramos este día del libro con una mirada a las estaciones
y volvemos al sincretismo del haiku como expresión poética. En este caso la
autora, la francesa Anne Bertier, nos lleva de la mano de versos de colores
(bonitos acompañamientos a estas lecturas la obra de Carlos Pellicer, Colores
con brisa, o la de Jorge Luján, ¡Oh, los colores!) para el reflejo del
paso del tiempo en las diferentes estaciones. La estilizada y minimalista obra
de Anne Bertier también nos lleva a imagiarios para el invierno y el verano, el
juego con las transformaciones de las formas en Miércoles. Aunque hay álbumes
que me parecen irresistibles con las transformaciones axiológicas de conceptos
abstractos a partir del juego lógico-matemático con su colección de álbumes
relacionados con las operaciones matemáticas (suma, resta, igualdad, multiplicación
y división) o la construcción de personajes a través de los números. Libros de
primeros conceptos con una propuesta estética basada en el uso del
blanco/rojo/negro como paleta cromática y potenciación del estilo.
En la celebración de las estaciones y de la naturaleza, sus
haikus (en la página izquierda) se asocian a las imágenes que se extienden en
tono y color a la doble página. A veces esquemáticas, otras detallistas y
expansivas, otras simplemente con el color como protagonista. Como ejemplo, el amarillo encuentra estos
versos que traduzco del francés: “Mediodía/ verano/ ni la sombra de una sombra”.
Otro ejemplo expansivo de la mira poética a la naturaleza y la aproximación al
mar: “las mallas del sol nadan en el fondo del mar” y nuestra vista es el difuminado
color verde rodeado de siluetas blancas como espuma de mar que traspasan el
pliegue central como si fuera la orilla. Versos evocadores, metáforas
sensoriales y el acompañamiento preciso de la ilustración para complementar en
nuestra mente el recuerdo de esas sensaciones, fragancias, sonidos, gustos
(como el de la almendra),… Pequeñas cápsulas poéticas para ampliar la
experiencia de nuestro alrededor. Me gustaría terminar con su mirada a la
resina: “El cedro sangra bajo el sol/ lágrimas de oro marrón”. Nuestras
siluetas piden primavera, vida y recuperar la curiosidad sensorial. El contacto
con el libro. El florecimiento con él en sus manos. El viaje poético de las
palabras. El aleteo de los colores. El abrazo literario.