viernes, 12 de noviembre de 2021

Entradas en azul. David McKee. Negros y blancos. Altea Benjamín

 

Título: Negros y bancos

Autor e ilustrador: David McKee

Traducción: Juan R. Azaola

Editorial: Ediciones Altea

Año: 1985. Original: Tusk Tusk; 1978

Páginas: 40

Encuadernación y formato: 11 x 18 cm. Tapa blanda.

Idioma: castellano

Reseña:

David McKee es un autor reconocido internacionalmente por el personaje de Elmer, uno de los álbumes más vendidos en todo el mundo y unido a la traslación animada en la BBC, ampliando su impacto. Esa segunda vida de muchos de estos clásicos LIJ en la pantalla los ha forjado en la cultura popular (desde las series para Adivina cuánto te quiero, los cortos de Leo Lionni, Sendak o Eric Carle para la televisión) y sería interesante conocer qué ha tenido más impacto en las ventas, reediciones o difusión. Supongo que un poco de las dos. Además de Elmer, David McKee ha creado álbumes que abordan cuestiones complejas más allá de la iconicidad de su personaje más popular: Los conquistadores, Tres Monstruos, Seis hombres, Ahora no, Bernardo o el surrealismo de No quiero el osito. Títulos que merecerían una entrada propia y hoy nos centramos en Negros y Blancos (un título que sigue la línea de conflicto como en Dos Monstruos, pero llevada al terreno colectivo).

La narración tiene el aspecto de una fábula o una leyenda de la creación (cómo eran en el origen los elefantes: negros y blancos) en el que la situación inicial refleja la armonía en la vida de dos elefantes: el negro en la página izquierda y, el blanco, en la derecha (el pliegue es la barrera). Ellos amaban a todos los animales, excepto entre ellos. Una imagen icónica de este álbum es la conversión de las trompas de los elefantes en puños y, el pliegue, será la frontera entre ambos mundos. McKee nos presenta primero a esos dos elefantes y, posteriormente, nos muestra la situación colectiva: separados en cada lado de la jungla. Hasta que un día, decidieron acabar los unos con los otros. Matarlos.

Pero también hubo elefantes que optaron por la paz entre ellos y huyeron al centro de la selva. Esa ilustración es de una gran belleza donde la selva parece representada como un gran laberinto en espiral y con la entrada de los elefantes en los que sería un zoótropo. La batalla es igualmente singular en el uso de las trompas: cañones, fusiles y puños. Del ataque lejano con los primeros, la guerra de guerrillas con los segundos y el cuerpo a cuerpo con los terceros. “Hasta que no quedó ni un elefante vivo”.

La selva solitaria y el legado de la otra parte de los elefantes pacifistas: nietos grises que salieron al mundo. Un bonito relato pacifista que no rehúye aligerar las imágenes del conflicto y que, seguramente, sean más perturbadoras para los adultos que para los menores. Ahora, ya sabéis por qué los elefantes son grises. Y, tal vez, podáis imaginar por qué tienen las orejas grandes. Y, un aviso a navegantes para estar con las orejas tiesas ante los discursos de odio.

Fran Martínez

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