Capitanes de plástico
por Virtudes Ruiz Rico
Pilar Mateos y Antonio Tello (il.), Capitanes de plástico, SM
Capitanes de plástico está dividida en dos
historias diferentes: una primera homónima y otra, más larga, titulada ¿Chico o chica?
En el primer relato Pilar Mateos usa la
tipografía de una manera tan inteligente como creativa para diferenciar, por un
lado, la desesperada situación del Capitán Ernest, militar abandonado en la
Colina de los Diamantes a merced de las tropas enemigas y, por otro, para narrar
una tarde en la vida de Ernesto, el niño que imagina toda la historia anterior.
Así, los dos relatos se alternan creando una original narración simultánea: la
queja de su hermano porque Ernesto le ha perdido su álbum de sellos se
convierte en la traición de su teniente, la regañina del portero por jugar con
el ascensor resulta una amenaza a punta de pistola por parte de un soldado
enemigo, y la buena noticia que cuenta su madre a la hora de la cena es una
cantimplora de agua fresca lanzada en el último minuto desde la ambulancia.
Tanto los miembros de la familia, como las
situaciones anodinas o cotidianas de la vida de Ernesto, tienen un reverso
alternativo que demuestra su poderosa imaginación. Aunque, en realidad, sólo es
un chico de unos ocho o nueve años como cualquier otro: se aburre comiendo, se
pelea y reconcilia con su hermano continuamente, teme las riñas de los adultos
y ansía la vuelta de su padre al hogar.
Al final, ambas historias confluyen cuando tanto
Ernesto como su álter ego notan, en mitad de la noche y tras ser arropados por
la mamá-enfermera, cómo su padre le besa en la frente al volver de trabajar.
Completamente diferente es el segundo cuento, más
tradicional tanto en la forma (que sigue el conocido esquema de presentación,
planteamiento del problema, desarrollo y solución) como en el contenido, pero
entretenido y muy cercano a su público. ¿Chico
o chica? cuenta en primera persona la historia de una pandilla de amigos
que deciden construir una caseta para tener un lugar propio donde reunirse.
Pero, tanto el pequeño narrador como sus amigos Jaime y Olalla, empiezan a
inquietarse el día en que aparecen huellas que demuestran que alguien ha
descubierto su caseta y la está usando como refugio. ¿Serán sus contrarios de
la banda del Aguilucho? ¿Un ladrón? ¿Un vagabundo? Ni siquiera saben, como
siempre se encarga Olalla de recordar (en un guiño a la coeducación), si es un
chico o una chica.
Durante una larga semana de verano buscarán
pistas a este misterio hasta que, la noche de la fiesta del pueblo, acuden
muertos de miedo a la caseta. Será entonces cuando descubran que quien toca la
armónica en su cabaña no es más que el padre de Jaime que, de pequeño, quería
ser vagabundo.
En principio, parece evidente que la historia más
relevante y trabajada es Capitanes de Plástico, cuya creativa forma de
introducir una doble perspectiva (siendo además una real y otra ficticia) le
valió el premio Lazarillo. No vamos a negar que este cuento resulta
sorprendente por su enfoque, pero tiene algunas virtudes más como son la
habilidad para contar lo que sucede de verdad usando sólo diálogos donde ni
siquiera es necesario especificar quién habla, o su contraste con la secuencia
narrada en tercera persona que tiene lugar en la mente de Ernesto. A ello hay
que sumar la combinación de un lenguaje coloquial que retrata perfectamente las
características de los personajes, con un otro más formal, de tono épico,
adaptado a los angustiosos sucesos de la aventura bélica.
Sin embargo, en los dos cuentos encontramos
características propias de Pilar Mateos que nos permiten observar semejanzas
que justifican su publicación conjunta. La expresividad del lenguaje, que
recrea con gran acierto el habla de los niños, es una de las más comentadas,
consiguiendo la identificación casi inmediata con la audiencia infantil a la
que se dirige el libro. Pero también ayudan los problemas del día a día que
tienen los protagonistas (como, por ejemplo en ¿Chico o chica?, la muerte del jilguero), perfectamente posibles
para muchos niños y niñas de nueve años. Y es que los temas que elige esta
autora, incluso cuando los protagonistas son seres fantásticos (como La Bruja Mon o El fantasma en calcetines) andan completamente pegados a la
realidad.
Igualmente sucede con las ilustraciones de
Antonio Tello, que representan exactamente lo que sucede en los cuentos con
fidelidad y realismo, y dejando sólo como licencias artísticas la
esquematización y rigidez de árboles y plantas.
Aún así, Mateos no excluye los elementos
complicados o tristes de la vida. En otros casos (Jeruso quiere ser gente, Historias
de ninguno) recurre a personajes marginados, huérfanos o diferentes para
denunciar con mucha sutileza las injusticias cotidianas. Pero en estas dos
historias hallaremos, de forma casi imperceptible pero como elemento
vertebrador, la crítica hacia los padres distantes de sus hijos. Sea esta
distancia física como en Capitanes de
Plástico o bien psicológica como se intuye en ¿Chico o chica? se trata de un asunto fundamental para la
resolución de las dos historias.
El tema de las relaciones entre generaciones
(padres e hijos, o abuelos y nietos) es básico en la literatura infantil y la
manera de abordarlo es tan variada como numerosos son los ejemplos que se
pueden encontrar. Es, además, una cuestión vital para el desarrollo del niño
como se demuestra desde la psicología y, como elemento cultural, también es
proclive a cambios más o menos pronunciados. Por ello, resulta interesante
observar cómo en estas historias aparecen dos tipos de padres propios del momento
(principios de los ochenta) en que se escribieron. El primero, aunque
afectuoso, apenas puede pasar tiempo con sus hijos por tener que cumplir un
interminable horario laboral que incluye viajes y desplazamientos. En aquellos
años era típico que este papel lo cumpliera el padre, dejando a la madre en
casa como casi única responsable de la crianza. Pero también se daba una figura
de padre algo continuista con la de generaciones anteriores: un padre serio, de
gesto seco, al que respetar y temer. Este podría ser el padre de Jaime en la
historia de la pandilla de amigos. Una sombra siempre presente con la función
de reprimir y prohibir, como describen los comentarios de los niños que
salpican todo el relato con la sutileza que comentábamos: “…no oímos venir al
padre de Jaime y de repente vimos aquella horrible cara y esa voz de trueno que
rugía…” “ya verás tu padre cuando te vea con una navaja”, “a Jaime su padre no
le da permiso para nada”, etc.
Por tanto, los dos cuentos reúnen, pese a su
diferente enfoque, estructura y recursos, un elemento común que conecta con los
intereses del público infantil: la crítica a los padres que por falta de tiempo
o de sensibilidad no son el verdadero apoyo que sus hijos necesitan. Así, la
escritora pone por escrito un tema que quizá los niños de esta edad solo sabrán
identificar si se reconocen en los personajes, y resuelve ambos casos con un
final feliz y tranquilizador: al final, el padre ya no tiene que pasar tantos
días fuera de casa, o bien comprende que él también tuvo las ideas y sueños de
su hijo y decide darle más libertad.