Título: El vuelo infinito
Autor: Fran Pintadera
Ilustradora: Alejandra Acosta
Editorial: Kalandraka
Colección: Orihuela
Año: 2021
Páginas: 48
Encuadernación
y formato:
15 x 23,5 cm. Tapa dura.
Idioma: castellano
Reseña:
La obra de Fran Pintadera (Las Palmas de Gran Canaria, 1982) ha encontrado acomodo y reconocimiento en el catálogo de Kalandraka a partir del Premio Compostela y la publicación de Cándido y los demás (ilustrado por Christian Inaraja) y este bello poemario que fue finalista también en la edición onceava del Premio Orihuela de Poesía para niños y niñas. En la anterior reseña, hablábamos de las migraciones y las problemáticas derivadas por la melancolía del desarraigo frente a la incertidumbre que empuja a las personas a este proceso. En este caso, el epílogo nos habla de las dificultades del proceso de la travesía, del cambio de las rutas migratorias y la búsqueda cíclica por encontrar el acomodo cuando llegan los rigores de las estaciones gélidas. En sus últimas frases leemos sobre esas bandadas migratorias: “Mientras lo hacen, nos regalan cielos llenos de música, de color y de vida” (p. 47). Tal vez por la presencia, relativamente, frecuente de álbumes y libros que abordan la temática migratoria este El vuelo infinito con las aves humanizadas de Alejandra Acosta continúa inspirando esas conexiones.
El
poemario escoge estructurarse en cuatro partes compuestas por cinco poemas: Norte,
Antes de partir, El viaje, Sur. Cuatro partes, tantas como
estaciones tiene el año, y un epílogo. Un conjunto de veinte poemas en el que
el verso libre predomina y ofrece una narrativa poética plagada de bellas
metáforas con las que abrazar a su protagonista, un ave del norte, que se presenta
en el primer poema, Soy: “Se acerca el viaje ineludible, mi cálida
migración. Soy un ave del norte mirando hacia el sur” (p.7). Esa
preparación previa tiene la melancolía como compañera antes de iniciar una
travesía y dejar atrás aquello construido durante la estación cálida y que,
ahora, se enfrenta a la incertidumbre de su marcha como se refleja en Al
norte del norte (que comparte título con esta vieja canción de
Nacho Vegas). El invierno y su llegada (“Esconde el futuro tras su paso” en
El invierno que llega, p.11) con el inevitable viaje y una bella
reflexión sobre la visión de los humanos sobre las aves en Preguntas:
los que adoran y admiran (ornitólogos), los que danzan y silban mientras sus
cantos iluminan el día, los curiosos y los cazadores. Y, como no, el silencio
que dejan tras su marcha y una última canción (como el último vals, antes de su
partida).
El segundo conjunto de poemas, Antes de partir,
enfrenta esa melancolía de echar la vista atrás (Carta de despedida) y
no olvidar cuáles son sus orígenes en el breve Equipaje (“Llevamos
poco equipaje: apenas el color de nuestras plumas para no olvidar quiénes somos”,
p.20). Entenderán que esa segunda lectura sobre los procesos migratorios
humanos no deja de sobrevolar al lector que se completa con la visión del Ave
residente con un bello caligrama y la dulzura del Pájaro soñador que
transmite el bello arrullo de una nana: “Duerme pajarillo; duerme, en lo
alto de su rama. Nada lo molesta; duerme, escondido tras lianas” (p.23).
Momento de partida: El cielo espera.
El viaje se inicia con dos poemas breves de gran
belleza y las comparaciones que realiza para describir la sensación de alzar el
vuelo y el caligrama de Son mis alas que me recuerda a Escribe tu
nombre en el aire de Ricardo Yáñez, incluido en Cajita de fósforos.
Después de esa belleza en la partida, la exuberancia del vuelo, también encontramos
las inclemencias en los versos de La cuerda floja: el cansancio, rezagarse, la
incertidumbre: “El cielo no tiene puertas. También el riesgo vuela y
deambula sin fronteras” (p. 30). Y, como si de hormigas en la pluma de Ana María
Matute se tratasen, en Palabras en el aire también se refleja el reclamo
de la memoria ante lo efímero de su paso. Y, como no, el incesante empeño por
acometer su travesía con éxito en Hoja de ruta.
Finalmente, El sur y la emoción en Tierra a la vista,
el reencuentro con aquellas latitudes abandonadas ante la llegada del invierno:
con la tierra (Caricias) o las ramas (Recién llegadas). En este
último, asistimos a la desconfianza ante su llegada por las que allí habitan
(la visión etnocéntrica) y la explicación en versos que remiten a la memoria,
al legado: “Olvidan que somos del viento y que plantamos aquel olmo cuando
solo era semilla” (p. 41). El poemario, se abría con Soy y, para
cerrar esa espiral en constante movimiento leemos la belleza de Estoy
con la contemplación de lo efímero y, finalmente, la luna como símbolo de
cierre. Con El vuelo infinito celebramos esta época del año en el que
las hojas comienzan su caída y las aves comienzan su migración. Miraremos su
paso como fuegos artificiales en las cálidas noches del verano.
Como cierre, otra novedad dentro de su colección de
poemarios es Bestiapoemas y otros bichos de Leire Bilbao que es la
pareja del bello Bichopoemas y otras bestias también publicada en
la Colección Orihuela. Y, como último punto, la publicación el 9 de octubre (día de la Comunitat Valenciana) y una de las leyendas que suelo contar en la escuela: L'oroneta i el rei (La golondrina y el rey), en la que se habla que la entrada de Jaime I no fue hasta que las golondrinas emprendieron su vuelo hacia tierras cálidas.
Fran
Martínez
Web de la editorial
https://www.kalandraka.com/el-vuelo-infinito-castellano.html
Web Fran Pintadera
https://www.franpintadera.com/copia-de-c%C3%A1ndido-y-los-dem%C3%A1s
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