El cineasta Yuri Norstein (1941) creó junto a Francesca
Yarbusova una serie de cortometrajes animados que son considerados como obras
maestras de la animación cinematográfica y en 2003 un jurado especializado en
el Laputa Film Festival
(homenaje a la joya de Miyazaki) en Tokyo. En segundo lugar, también estaba
otro relato animado de Norshtheyn como el desgarrador Tale of tales en el
que la melancolía y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial marcaban la
narrativa repleta de simbolismo. Erizo en la niebla (1975) formaba parte
de una trilogía que se basaba en la tradición oral rusa con joyas como El zorro y la liebrede
1973 (muchos comprobaréis las similitudes narrativas con El pequeño conejo
blanco de Ballesteros y Villán) y la La gruya y la garza en
1974.
El zorro y la liebre (1973)
Cortometrajes que nos muestran la sensibilidad de las adaptaciones
artísticas de estos relatos tan alejados de las estrategias norteamericanas de
Walt Disney, en los que imaginaríamos el uso de la música y la adición de personajes
secundarios para realizar chascarrillos (o incluso la invención de otros para el
blanqueamiento detrás de la idea de infancia dócil e inane). Un ejemplo claro
lo tenemos en la adaptación del personaje de Milne, Winnie The Poh de
Fyodor Khitruk en tres maravillosos cortometrajes). Comparen la visión del
personaje en la conocida versión de Dinsey y en esta joya de la animación (enlace).
La garza y la grulla (1974)
El empleo de la música, las referencias artísticas al cine
mudo y la comicidad en La garza y la gruya, la determinación y el
sentido del humor en El zorro y la liebre que fueron las simientes de
esta absoluta joya que partía del texto de Kozlov para que el dúo Yarbusova y
Norstein se dedicasen a la traslación artística y sensible en el que se diluye
la necesidad de mostrar la realidad adulterada a su público e introduce a
través del simbolismo una preciosa narración sobre la existencia y la vida,
sobre la manera en que nos adentramos en una densa niebla en la que sentimos
miedo y alivios ante lo desconocido, alianzas y amenazas. La exploración de nuestra
existencia encarnada en ese pequeño erizo que salió de casa para encontrarse
con su amigo, el cachorro del oso, para contar las estrellas sentados uno al
lado del otro, compartir mermelada de frambuesa y la luz del candil.
El álbum traslada las imágenes de la película y, obviamente,
hay una merma en el acercamiento al libro cuando tiene un referente en el que
la música, los sonidos y la atmósfera son imposibles de trasladar al texto y
las imágenes. El texto opta por introducir los matices que se pierden de un
medio al otro. Aún así, es delicioso ver ese acompañamiento silente del búho
tras el erizo (que me recuerda a Pat Hutchins), la mirada al reflejo del agua
para ver el brillo de las estrellas, el eco de sus palabras al asomarse al pozo
y la visión mágica del caballo blanco envuelto en la niebla. Un momento mágico
en la película y la manera en la que con inocencia decide adentrarse en la
neblina preguntándose qué pasaría si el caballo se quedase dormido: ¿se lo
tragaría la niebla?
El halo de misterio en la película difícilmente se puede trasladar
a la ilustración, especialmente porque la tensión narrativa de cada una de las
apariciones suscita una reacción inmediata al espectador: el pánico ante el
murciélago, la música potenciando esa sensación climática, las apariciones
repentinas del caballo mientras que el erizo se muestra como un personaje que
explora sus sentimientos y que se cuestiona constantemente en la niebla.
Hasta caer al río, donde se deja llevar asumiendo su destino,
pese a que un amigo “desconocido” le devuelve a la orilla. Aún no es el momento
de bajar el río, pero sí transformarse. El oso representa la estabilidad de la
rutina, la comodidad de la zona segura y, el erizo ojiplático se siente
reconfortado de estar a su lado, pero ya no solo tiene interés en contar
estrellas. Ahora le asaltan preguntas nuevas, recordando la visión de la yegua
blanca en la niebla.
En el libro, se añade una ilustración que rebaje y calme el misterio del
relato, con el búho como protagonista y recorriendo todos los sonidos que
encontraron en la noche. El trabajo de Norstein y Yarbusova se ha exhibido en
Museos alrededor del mundo y, Yarbusova también recibió la condecoración de la
Academia Rusa de arte.
Celebración de mi entrada número 50 en este periplo en El
caballo de cartón azul. Disfruten de la sesión de cine y saquen palomitas.
Y como no, un álbum de autor con un caballo azul y con
empleo de tabús temáticos en el discurso infantil no podía faltar en este
espacio. En este caso, seguimos con el imaginario de una narración propia de un
relato que podría pertenecer a la tradición oral y que se amplifica con el uso
majestuoso del color por parte del autor e ilustrador corano Yoo Jun-Jae. Las
claves se encuentran en la ficha de la editorial y la alusión a las referencias
pictóricas como es El Guernica de Picasso: “El blanco, el negro y el
azul representan, respectivamente, la bondad, la maldad y el ideal” (enlace de la editorial).
Que el azul represente el ideal, hace que este espacio se sienta reconfortado.
El cuestionamiento de quiénes somos y el peso de nuestro contexto
en la construcción de nuestra identidad. Así, la aparición de un ser diferente
al que le atribuyen una señal de buenos augurios en el pueblo y cuyas
cualidades únicas hacen que el rey se fije en él como el símbolo de su batalla.
Este relato, que parece una leyenda también recuerda a El elefante
encadenado de Bucay, por la atribución y enseñanza a ser lo que otros han
decidido por ti y no ser quien realmente eres. El buen augurio se convierte en
el soldado más temible, el azote de las tropas enemigas, el símbolo de la
fuerza y la conquista. Un instrumento al que no se le pide que cuestione sus
acciones, solo que actúe a las órdenes de un líder despiadado que elimina
cualquier rastro de bondad.
La representación de la lucha y el paso de ola azul por
encima de las tropas enemigas nos revela esa referencia pictórica a la obra de
Picasso hasta que el más pequeño de los soldados enemigos se encuentra en su
camino (y esta paradoja, me recuerda a otra escena icónica de una serie de
televisión como The Wire y el encuentro de Omar con su asesino). Desprovisto de
su estatus de imbatible, el juguete del rey es sentenciado. Quién lo cuidó y
entrenó es su última salvación, en una huida en la que encontrará la redención
a todas las acciones que le forzaron a realizar y, así, tomar su propia
decisión para ayudar a otros que le temían en un acto que, por seguir con el
imaginario oriental, nos recuerda a la ceremonia del samurai del seppuku
o hara-kiri para limpiar su honor.
Como todo relato conectado con las leyendas, el final da un
respiro con una pequeña enseñanza que interpela al lector (de cualquier edad) a
optar por la sabiduría de esta moraleja ilustrada sensacionalmente y que
conmueve en estos tiempos convulsos. Siempre hay un momento para decir basta y mostrar
lo que aún nos queda de humanidad (y esta receta, se puede aplicar en el plano
que más convenga). Una joya en azul.
Encuadernación
y formato:
19,6 x 34,5 cm. Tapa dura.
Idioma: castellano.
Reseña:
Ya era hora de dedicarle una entrada a uno de los autores e
ilustradores más destacados de nuestro país, el madrileño Manuel Marsol (1984).
Desde su irrupción con la interpretación del clásico de Melville en Ahab y
la ballena blanca (jugando con el humor de la contradicción entre imagen y
texto en el que el lector descubre información que el protagonista es incapaz
de percibir en su alrededor) con el que ganó en Premio SM y una carrera que
posteriormente ha visto la publicación de títulos excelentes en la editorial
Fulgencio Pimentel e hijos como los cinematográficos Duelo al sol
(además con los paratextos homenajeando los títulos de crédito del cine y la
estética del western) o las ilustraciones para el libro conjunto con Javier
Sáez Castán (con referencias al cine de Hitchcock, como se puede comprobar en su hilo de
Twitter) que les sirvió para alzarse con el Premio en la Feria de Bolonia
en 2020 dentro de la categoría centrada en el cine (otro álbum dentro de esta
categoría que recibió una Mención honorífica fue Cinematográfico de Gema
Sirvent y Ana Pez).
Alabanzas dentro del universo especializado de la Literatura
Infantil y Juvenil que también ha conseguido con sus álbumes junto a Carmen
Chica (El tiempo del gigante) y con quien comparte autoría en este
sensacional Yökai (también premiado en la Feria de Bolonia por sus
ilustraciones en 2017). En ambos álbumes encontramos una referencia al bosque y
la alegoría de la sabiduría de la naturaleza, el ciclo y el paso del tiempo.
Encarnados en sus espíritus y las voces de la naturaleza, más evidente desde el
título en este Yökai, y la referencia a los espíritus, espectros y traviesos
demonios del imaginario japonés (desde la majestuosidad del Kirin, el poder de
Tengu o los divertidos Kappa o los Tanuki una especie de mapaches que disfrutan gastando bromas y con testículos enormes).
Si
partimos de este último yokai mencionado, el Tanuki, podemos recordar el título
de una película que le gusta a Manuel Marsol (PomPoko, de Takahata, por una respuesta que
intercambiamos en Twitter) y como no, la referencia a Studio Ghibli dentro de
todo este imaginario de fantasía y naturaleza. No sorprende que en la
entrevista en el libro publicado por César Sánchez Ortiz y Sergio Andricaín
mencionase a Miyazaki:
“Ahí está el cine de animación de Miyazaki, consumido,
valorado y recomendado por y entre todos sin importar la edad. Los niños no lo
rechazan al hacerse adolescentes ni los adultos se acomplejan por estar viendo
“dibujos”.” (p.73)
Entre las 25 personalidades del libro-álbum que figuran en
dicha publicación, siento una conexión de Yökai con El bosque dentro de mí
de Adolfo Serra y, por añadir una referencia cultural más, me resulta gracioso que
en la web de la editorial de Fulgencio Pimentel e hijos empleen un fragmento de
la canción del dúo español Espanto de su canción El espíritu del bosque:
Personalmente, una debilidad de ese disco es Atravesado por el rayo que siempre lo he imaginado transformándose en un libro-álbum por sus evocadoras
imágenes surrealistas. Como sugerencia musical y, a partir del título de la
edición francesa La montagne, esta canción de Danyel Gerard, La vieux de la motagne.
Y toda esta cháchara sin aún adentrarnos en un álbum sensacional. La montaña
como espectadora y recipiente de sabiduría ancestral alejada de la ciudad,
vigilante que ve el paso diario del repartidor (el chiste paratextual de envíos
urgentes Pispäs) con su camión (matrícula que como buen recurso
cinematográfico nos indica una fecha para pensar qué significado puede tener
11/12/2003, curiosamente el primer día internacional de las montañas) que se detiene por un contratiempo instestinal (puestos con los
referentes folclóricos podemos pensar en un cruce entre el caganer y Paul
Bunyan).
El texto es el justo y necesario para darle soporte a la narración
visual y secuenciada hasta el juego con el pliegue para adentrarse en un lugar “donde
vive…” la fantasía y los espíritus del bosque. Perderse en el bosque para el
reencuentro con la esencia del ser humano en la naturaleza, su soledad y el
espacio natural en el imaginario colectivo de los relatos de la infancia. Ese
paso al otro lado nos revela que la soledad no es tal, sino que su compañía son
los elementos con los que se desdobla y encuentra su alter ego para dejarnos
con una nueva secuencia de imágenes sin palabras en los que disfrutar de la
revelación del reencuentro con la naturaleza e imaginación (gozoso y mágico con
la aparición de personajes y, aprovechando el pretexto de esta semana, una
especie de caballo azul).
Después de ese deleite visual y pictórico de las
ilustraciones de Manuel Marsol, comprobamos el paso del tiempo y la vuelta al
punto de inicio con una pregunta del protagonista y una respuesta que tiene el
lector. La noche cae y la montaña vigilante sigue en su lugar inamovible (tal
vez, como en La princesa Mononoke, se despierte el caminante nocturno,
pero eso solo figura en mi imaginación). Retomaremos más títulos ilustrados por
Manuel Marsol en este periodo en el blog, un autor e ilustrador que sabe
articular todos los mecanismos de la narración en formato álbum. Vale la pena
leer su entrevista en ABC,
para adentrarnos en más claves de su obra. Y, para los que prefieran ver, me
quedo con el título de esta entrevista: Manuel Marsol, un autor en mayúscula.
Es de agradecer la labor de recuperación de títulos de
grandes autores de la literatura infantil y juvenil (como los de Bruno Munari)
y su traducción en lengua castellana. Dentro de los títulos ilustrados por
André François en la editorial he escogido el icónico Roland (también
publicado por la editorial El pequeño Brown de Isobel Harris). Su particular
sentido del humor y la ironía con la que desmonta la idea de una infancia que necesita
el aleccionamiento adulto. Entre sus trabajos ilustrados se mezcla el
surrealismo como vehículo humorístico y la expresión artística como motor para
el desarrollo de la curiosidad y la imaginación.
Libros sensacionales que podrían ser reeditados como el
juego del formato de Lágrimas de cocodrilo (siguiendo con el sobre, las
ilustraciones para el título de Jacques Prévert Carta de las Islas Baladar
reeditado por Kalandraka y su división Faktoría K de Libros), su bestiario surrealista
o un álbum que sería perfecto para esta época pandémica como El resfriado
(en inglés Never catch a cold). Una obra la de André Farkas (1915-2005)
que también cuenta con ese camino desde Europa hasta la época dorada de la
comunicación visual de Estados Unidos ilustrando portadas para The New Yorker.
Conexiones que ya se han citado en otras ocasiones con figuras como Tomi
Ungerer y, en este caso, por las obras que hay en el Museo
Ungerer en Estrasburgo de artistas como André François o Saul Steinberg (nombre
al que se asocia como influencia en el trabajo de François).
En el retrato de un niño como Roland, el divergente
frente al adocenamiento del resto y con las trastadas que imagina e ironiza con
las imposiciones (desde la escuela al abrigo de visón de Isabelle). Armado con
un lápiz para materializar sus pensamientos (aunque no se emplea de esta forma
en este libro, es recurrente el lápiz como recurso metaficcional en otros títulos
clásicos de la literatura infantil como los de Crockett Johnson, Ivar da Coll,
Monique Félix, Anthony Browne o Chris Van Allsburg por citar algunos ejemplos a
los que tal vez se le dedique una entrada especial) Roland se adentra en un día
de aventuras en los que sus dibujos cobran vida a la orden de ¡CRAC!. Una
cebra, un bosque en el patio del colegio en la nevada (donde el resto de los compañeros
disfruta de sus creaciones. Es curioso como después de gastarle una broma a su
amiga Isabelle, acaba detenido y encerrado en la cárcel (una imagen que dentro
del imaginario de la literatura infantil es poco usual o se ha convertido en un
tabú temático).
Así, vemos sus travesuras imaginadas también tienen consecuencias
y castigos, pero también buenas acciones como ayudar a una niña que no tiene
juguetes. También vemos como las secuencias se alternan con ese juego de
consecuencias de las acciones y el alivio de que nuestro protagonista se
encuentra a salvo (un ejemplo claro es Afortunadamente de Remy Charlip)
y así se mantiene la tensión narrativa en su lectura. Finalmente, todos los
elementos convergen con su vuelta a casa y la reparación de acciones, pese a
que no tiene un sentido moralizante la resolución del conflicto. Roland es un
libro de una gran belleza en sus ilustraciones en las que se emplea una gama
cromática limitada en los oscuros tonos de azul y dorado (unido al blanco y
negro), con un trazo primitivista y nos conecta con una infancia capaz de
sentir, errar y de imaginar. En definitiva, con voz propia.
Al final de la entrada tenéis un documental grabado por
Sarah Moon (que ya pasó por aquí con su
interpretación en fotografías de Caperucita roja) sobre sus pinturas
que se guardaban en su taller y cuyo incendio en 2002 devastó casi por completo.
Algunas de esas pinturas se pueden encontrar en la Biblioteca Jean Moulin de Margny-lès-Compiègne,
un centro regional dedicado al álbum.
Encuadernación
y formato:
24,5 cm x 34 cm. Tapa dura.
Idioma: castellano.
Reseña:
Esta semana se cumplen 50 entradas en esta andadura en el
blog El caballo de cartón azul y será momento para la selección de cinco
álbumes en los que el aspecto ecuestre esté presente de alguna manera, pero
será como no puede ser de otra manera un pelín surrealista. La selección de un
autor e ilustrador como Gilles Bachelet tiene conexiones con la etapa formativa
en el Grado en Maestro en Educación Infantil y el descubrimiento del formato
del álbum gracias a mi maestra Sara Fernández Tarí y de uno de los libros que
también han sido clave en la formación de mi compañera Sandra: Mi
gatito es el más bestia, al cual le dedicó una reseña en este espacio.
En esa sesión recuerdo cómo se empleaba el álbum para explicarnos la relación
disyuntiva entre texto e imagen, además de las conexiones intertextuales del
artista con referencias literarias y artísticas.
Estos elementos se encuentran en su obra para generar narraciones
repletas de humor y con múltiples referencias escondidas en sus ilustraciones, jugando
con esa relación entre imagen y texto para generar extrañeza en el lector y
siempre con una dosis justa de ironía. La primera es la construcción del
personaje, con la elección de un caracol como un caballero que tiene que
enfrentarse en el campo de batalla con su archienemigo el caballero del Cuerno
Blando.
A esta premisa bélica, el discurso se desmonta con
herramientas ficcionales que desdramatizan continuamente esa tensión con la
puesta en escena de nuestro personaje (repleto de referencias pictóricas y
elementos decorativos cuidados hasta el detalle que te obligan a la
contemplación de todos y cada uno de los elementos) que debe cumplir con otras
tareas domésticas que no pueden esperar. El canto del gallo al amanecer con
forma de caracol, las mascotas en formas de orugas (que pueden recordar a
Alicia) y desperezarse de la cama junto a su esposa para marchar al campo de batalla
y en el que leemos: “El asunto solo puede resolverse con una batalla
sangrienta y despiadada”.
La expectativa del lector está en que esa pugna
se revelará como el centro del conflicto narrativo, pero no es así. O no tan rápido. Así, se presentan todas aquellas tareas necesarias por completar previamente a su
marcha con sus tropas al campo de batalla y, ahí la secuenciación en la doble
página en diferentes viñetas da paso a todo el humor de las situaciones
representadas (su “frugal” desayuno no es tal, su entrenamiento con pesas
mientras lee Le figargot el periódico francés llevado al mundo de los
caracoles, un baño “rápido” y todo el material que necesita para colocarse su
armadura). Una vez ataviado con sus ropajes, ya puede ir al campo de batalla…Bueno,
no. Tiene cosas pendientes que solucionar: contestar unos mensajes (alusión al
remoloneo con el móvil que solemos hacer todos y la presencia en redes sociales
ilustrada con todo tipo de detalles), despedirse de sus hijos (alusiones a
elefantes de la literatura infantil: Dumbo, Pomelo, Elmer, Babar, su “gatito”, …),
despedirse de su mujer,…Y listo, al campo de batalla.
Bueno, casi. El texto sigue revelando la prisa para atender
al asunto bélico, pero siempre hay una intromisión en su camino (desmontando la
figura del soldado con su mochila de Hello Kitty para acercarse al campo
de batalla) con referencias a los cuentos tradicionales: Rapunzel, El
príncipe rana, Caperucita roja, visiones en segundo plano a Don
Quijote y de nuevo a Lewis Carroll, escarabajos con formas del Test de
Rorschach, las gestas dibujadas en un champiñón (quizás una referencia a su Champignon
Bonaparte). Aunque el momento de la partida entre el caballero y la muerte nos
revela una referencia cinematográfica como es El séptimo sello de Ingmar
Bergman (y una de las mejores canciones de Scott Walker).
Un festín en el que detenerse y descubrir referencias de todo tipo y,
aún queda la batalla. La resolución no es menos humorística y una invitación a
la fruición (carcajada y sonrisa mediante). La puesta en escena de los bandos
empleando el pliegue central de la doble página y la simetría entre los
personajes es otra maravilla ilustrada.
Al final del libro encontraremos más referencias escondidas
y muchas que forman parte del universo de Bachelet y que aparecen en sus libros
para deleite del lector (especialmente ese repaso por el universo LIJ lo
realizaría en Los cuentos entre bambalinas). Referencias que no son
gratuitas y que nos recuerda que para su descodificación y comprensión por el
lector inicial, precisa del reconocimiento del hipotexto visual al que hace
referencia y, con los títulos a los que hace referencia se puede crear un
itinerario lector perfecto (y también al adulto que acompaña la lectura por
descifrar otras referencias y situaciones que le confieren ese encanto
particular a sus libros).
Un final feliz, con Los Tres Bandidos de
Ungerer mediante, en una narración para disfrutar una y otra vez. Por cierto,
la forma de nuestro protagonista también es peculiar (cada uno que vea lo que
quiera). Como coda final, jugando con los cuentos tradicionales, una moraleja
también simpática para redondear la lectura y unas guardas que también son un
deleite visual y humorístico.
Disfruten de un autor maravilloso y que fue premiado en 2019
con La Grande Ourse en Francia (entre otras distinciones con sus libros) y está
en la lista de lustradores para el Premio Andersen para 2022. Ojalá se editen en castellano más
títulos de este genial autor como el reciente Résidence Beau Séjour (esa perspectiva del triciclo me lleva al Resplandor de Kubrick)
Finalizamos la semana con otro viaje a nuevas dimensiones
con otro de los autores e ilustradores más célebres de la LIJ: David Wiesner. Una
trayectoria repleta de distinciones como la Medalla Caldecott (ganada en tres ocasiones
por libros que se editaron también en España: Martes, Los tres
cerditos y Flotante), siendo este Sector 7 un álbum que
también fue candidato a dicho galardón (como también a las puertas se quedó Sr. Minino en 2013)
Álbumes que se recrean en el realismo
de sus ilustraciones, una delicia visual, y la aproximación desde la narración
visual al cómic o al guion cinematográfico en diferentes obras. También,
diferentes títulos tienen una conexión interna que también profundiza en la
metaficcionalidad de sus libros, como lo era especialmente en Los tres
cerditos en 2001 (otra cerdita metaficcional que aprovechamos para
recomendar es Johanna en el tren de Kathrin Schärer), curiosamente la
silueta del animal con el que se cierra Tuesday (1991).
El arte secuencial del cómic que hablaba Will Eisner y el
dinamismo en la relación de las viñetas que propone Wiesner en sus libros, como
es el caso de Flotante (2006) con el que guarda una relación
metaficcional este Sector 7. Elementos que dispone David Wiesner en sus
libros que aparecen y se retoman en otras narraciones creando una idea de
continuidad en esos libros, como su fijación por la entrada a un mundo
fantástico y misterioso de sus protagonistas. Más allá de la realidad (y donde
viven libros maravillosos).
En Sector 7, tenemos muchas de las características en su
forma de narración visual en la progresión de Free fall (1988), con el
viaje de su protagonista empleando como unidad narrativa la doble página y el
inicio de la introducción de viñetas en las secuencias narrativas como hizo en Tuesday
(1991). Con Sector 7, se sitúa en un punto intermedio previo a la
pirotecnia visual de Los tres cerditos y Flotante, volvemos a un
mundo más allá de la realidad (estar en las nubes o en la expresión anglosajona Beingon Cloud nine) con la entrada del protagonista en el Sector 7 al
que accede al encontrarse con un guía en su visita en la excursión al Empire
State Building en Manhattan un día con niebla (lo de perderse en la niebla será
la conexión con la próxima reseña). En este tipo de libros sin palabras, la
narración visual tiene que ser precisa, ya que el anclaje con el texto no es
posible.
Otro aspecto curioso, es la clasificación de este tipo de
libros sin palabras que delimitó Emma Bosch y en un artículo para Ocnos
en 2012 también analizaba ¿cuántas palabras puede tener un álbum sin
palabras?. En este caso, Sector 7 se consideraba un álbum casi sin
palabras dado que los textos que aparecen en la imagen tienen una función
narrativa como poner en contexto al lector de la ubicación de la historia (sensacional
entrada al Sector 7 a doble página) o el humor en las salidas y llegadas en
dicho sector relacionado con los tipos de nubes. Un lugar perdido entre las nubes
que, curiosamente, es el fabricante de nubes (y recuerdas de paso el Castillo
en el cielo de Miyazaki): Cloud dispatch center. Veremos a los
ingenieros, arquitectos y planos para la creación de las nubes y cómo crear sus
formas (y aquí la conexión con Flotante) de una manera diferente.
Un viaje y una amistad que, de vuelta a la realidad,
restaura la desaparición del protagonista con el resto de su clase, un viaje
repleto de detalles y la majestuosidad de la creación de formas marinas surcando
como nubes el cielo. Si fuera un género cinematográfico, sería una “buddy movie” (como también lo podría ser el clásico El muñeco de nieve de Raymond Briggs).
Diversión, belleza, amistad y trasgresión. Elementos que conjuga con maestría
David Wiesner.
Bosch Andreu, E. (2012). ¿Cuántas palabras puede tener un
álbum sin palabras?. Ocnos: Revista De Estudios Sobre Lectura, (8),
75-88. https://doi.org/10.18239/ocnos_2012.08.07
Si devoción se expresó en la anterior reseña por Javier Sáez
Castán, no son menos los elogios para la obra de Marisol Misenta, Isol. De
nuevo, una advertencia por si alguien sigue la actividad de este blog: no será
la última entrada dedicada a uno de sus libros. En el II
Seminario "La literatura hispanoamericana en el aula: Maestro Benedetti y
otras propuestas didácticas" participé con una comunicación
dedicada a su obra que titulé “LIJ naíf y feroz: la infancia en los álbumes
de Isol” en la que me adentré por las características de su obra y el
retrato de una infancia que bebe de personajes que mantienen la jovialidad
infantil y presentan características propias del pensamiento adulto. Un
equilibrio que resulta humorístico, pero afilado también para el lector adulto
que acompaña la lectura. En muchas entrevistas ha citado su admiración por
Quino y Mafalda, algo que nos clarifica la construcción de sus
personajes. Os recomiendo la lectura de una entrada de su blog después del
fallecimiento del genial autor (enlace)
en el blog de Daniel Goldín.
Piñatas aparece en una progresión de títulos que van
desde el inicio de su andadura con el Premio de la publicación de la Colección
a la orilla del viento (que este año cumplirá 30 años) con el divertido Vida
de perros (1997) y encadenar libros clásicos en el formato álbum cada vez
más refinados del trazo primitivista de sus primeros libros hasta El globo
(2002) y Secreto de familia (2003) o la ilustración para el cuento de
Paul Auster (que tuvo su adaptación al cine con Smoke con Harvey Keitel
interpretando a ese vendedor de puros cuya afición era tomar diariamente una
instantánea del mismo lugar de su barrio) El cuento de Auggie Wren
(2003). Libros que le sirvieron para afianzar su nombre y entrar en la lista de
los White Ravens.
En este álbum, retomamos la narración de un niño en primera
persona (del que desconocemos su nombre, un detalle que suele ser habitual en
sus libros) que se muestra preocupado por la asistencia a una fiesta de
cumpleaños (otro libro-álbum con una premisa similar es ¿Qué tal si…? de
Anthony Browne) en la que se encontrará con una gran piñata que deberá golpear.
En estas secuencias iniciales observamos a nuestro protagonista cuestionándose
su papel en esa fiesta (no sabía que Juan, el anfitrión, reparase en él) y
mantiene la distancia entre sus pensamientos introvertidos con la diversión
irracional del resto de sus compañeros (“lo que me temía: ¡salvajadas!”)
y con un tono de sabelotodo algo repipi (“En fin, todo muy rústico”).
Llega el momento de romper la piñata, le vendan los ojos, la
oscuridad se apodera de la narración y …¡sorpresa! Aparece en el País de las
Piñatas Rotas. Esa puerta a una nueva dimensión onírica en la que se encontrará
con un personaje guía que le cuenta las historias de ese mundo. Una bonita
metáfora sobre la ruptura de muros mentales y que me recuerda a una letra de la
banda norteamericana Giant Sand, Bottom line man:
When folks fall in
love they are delivered to the unknown.
Fools that never
fall are in love with the safety zone.
You can end up all
crippled up by the crazy seeds you've sown.
Therein lies the
crux of the sweet flux of such irresistible moan
Referencias musicales que no son gratuitas en el universo de
Isol (con su banda Entre Ríos o con su hermano en Sima), como tampoco el aire
circense y absurdo de una fiesta de cumpleaños que nos recuerda a sus
ilustraciones en sus inicios en homenaje a la música de Nick Cave (y a su
primera banda, The Birthday Party) que figuraban en su web (dominio que ahora
no se encuentra disponible), así como al imaginario entrecruzado entre El
cielo sobre Berlín de Wim Wenders y la aparición de la música de Nick Cave
en el encuentro del personaje de Bruno Ganz con la trapecista (y The Carny como
banda sonora) que ella en 1993 titularía El Circo.
Isol. Viñeta de Feliz cumpleaños (1996)
Dejando de lado todo este maremoto hipertextual, la
resolución en Piñatas mantiene la vuelta a la realidad jugando con el
surrealismo y la idea de sueño del protagonista, para finalizar con otro
aspecto recurrente en su obra: un final abierto y sin una moraleja que
profundiza en el humor cáustico de sus libros (aunque, hay una coda a la
narración en el que las piñatas rotas encuentran un final feliz). Libros que
divierten por el interés de la infancia en esas temáticas, por desmontar al
adulto que acompaña y hace una lectura a otro nivel, y desprovistas de
complejos en personajes que se enfrentan a una realidad compleja, en muchas
ocasiones absurda, y la cuestionan. Una cuestión que deberían cumplir los
libros infantiles y, por desgracia, muchas veces olvidan.
Volviendo al inicio del libro, recuperamos la referencia a la canción popular mexicana de romper piñatas: